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Coronation of King Charles III

Por Qué los Seres Humanos se Fascinan ante la Idea de un Rey

May 9, 2023

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Me imagino que la mayoría de los angloparlantes del mundo miraron al menos partes de la ceremonia de coronación del Rey Carlos III, la semana pasada en la Abadía de Westminster. Pesqué la transmisión diferida en YouTube y me pareció fascinante por muchas razones. Tal vez no debería, pero realmente me sorprendió cuan extraordinariamente religiosa, en verdad explícitamente Cristiana y observante fue. Estuvo presidida, por supuesto, por el arzobispo de Canterbury, y la abadía estaba repleta de la jerarquía y el clero Anglicano. Se invocó muchas veces el nombre de Jesús, se sucedieron lecturas de la Biblia, se dispuso un servicio de comunión y los nuevos rey y reina recibieron el sacramento. Aunque se realizó con recato fuera de las pantallas, Carlos fue ungido a la manera de un sacerdote u obispo en su ordenación, y posteriormente se atavió luciendo, como todo el mundo reconoce, vestiduras sacerdotales. De hecho, la combinación de roles sacerdotal y real fue notoriamente evocativa de personajes del Antiguo Testamento como Saúl, David y Salomón.

Hubo dos momentos sagrados que cautivaron particularmente mi atención. Primero, en el comienzo mismo de la ceremonia, el Rey Carlos declaró, “Imitando al Rey de Reyes, he venido no a ser servido, sino a servir”. Y en segundo lugar, a continuación de la unción y antes de la coronación, el arzobispo de Canterbury presentó a Carlos con el orbe, que tiene encima la cruz de Jesús; y comentó que simbolizaba cómo el rango de autoridad del nuevo rey está por debajo de una autoridad divina más elevada. 

Crown Jewels of the UK

Ahora bien, no hay duda de que nosotros los seres humanos somos seducidos por el poder y aquellos que lo ejercitan. La mayoría queremos poder en alguna forma y entonces lo buscamos con una combinación de anhelo y envidia por la gente que lo posee. Esto contribuye a explicar por qué miramos deslumbrados una ceremonia tal como la de la coronación de un rey. Pero el elemento religioso, tan evidente la semana pasada en la Abadía de Westminster, representa algo más —esto es, cuan temerosos del poder nos sentimos, con legitimidad. La experiencia larga y terrible nos ha convencido de que la concentración del poder, sin la contención del deber moral y la consideración, es una de las fuerzas más peligrosas de la tierra. Reyes, emperadores, jefes militares, príncipes y dictadores a los que se les permitió ejercitar su autoridad de un modo arbitrario, han causado estragos enormes y han sido responsables de apilar montañas de cadáveres. Este terror al poder estuvo presente con prominencia, por supuesto, en la mentalidad de los fundadores de nuestro país, lo cual explica por qué adoptaron una red de controles y balances en nuestro gobierno, asegurando que ningún individuo o cuerpo representativo pudiera imponer caprichosamente su voluntad sobre la colectiva.   

“Imitando al Rey de Reyes, he venido no a ser servido, sino a servir”.

Pero esas restricciones internas, institucionales nunca resolverán definitivamente el problema del abuso de poder —lo que nos regresa a la coronación. La única respuesta satisfactoria y final para nuestra dificultad es situar al poder dentro de la jerarquía de los valores morales, que desembocan en el bien supremo que es Dios. Significa que comprendemos que el poder sirve a los bienes fundamentales de la vida: conocimiento, amistad, arte, juego, etc. Está destinado a fomentar esos fines y es, consecuentemente, legitimado solamente cuando se desplaza fuera del ámbito de las necesidades del ego del que lo ejercita. Y esos bienes morales, a su vez, están fundados en la naturaleza de Dios, el bien supremo. Si no reconocemos este punto de referencia trascendente, esos valores morales fundamentales pierden su integridad y llegan a ser vistos, muy pronto, como caprichos privados o el fruto del mutable consenso cultural.  

Y esta es precisamente la razón por la que todo el vocabulario utilizado durante la ceremonia de coronación del rey bajo la autoridad de Dios, no es una mera decoración piadosa ni simplemente una vaga alusión a la deteriorada religiosidad del pueblo británico. Apropiadamente entendido, es realmente serio, nacido de un temor muy auténtico, y expresivo de parte de las mejores intuiciones espirituales que tenemos los seres humanos. El poder está debajo de Dios o es una tiranía. Es tan simple como eso. Cuando Abraham Lincoln estaba preparando la versión final del Discurso de Gettysburg para publicarlo, agregó dos palabras a la conocida frase de cierre, que ahora se lee, “que esta nación, Dios mediante, vea renacer la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”. Basado en una intuición firme y profunda, Lincoln reconoció que nuestra muy preciada libertad norteamericana pierde su sentido cuando se la desancla de la verdad moral. Sea que hablemos de un rey, un gobierno representativo o el pueblo como un todo, aquellos que ejercitan la libertad sin considerar el propósito moral, se convierten en breve, en mortalmente peligrosos. 

Aunque nosotros los norteamericanos hemos desechado nuestra lealtad a la monarquía británica, permanecemos, con obstinación, fascinados por ella y su familia. Que sea una práctica saludable, mientras miramos toda la colorida pompa, el destacar que este nuevo rey inglés, como él mismo admitió, sirve bajo la autoridad del Rey de Reyes. 

Este artículo fue publicado originalmente el 8 de mayo de 2023 en The Federalist.