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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos cuenta la parábola de la higuera que el dueño maldice porque no ha dado fruto. A un nivel más profundo podemos entender que el Señor espera que nosotros demos frutos espirituales.

El fruto del Espíritu es la consecuencia universal y omnipresente de la presencia del Espíritu en nosotros. Todas las personas que viven en el Espíritu deben manifestar estas cualidades. La palabra “fruto” es especialmente buena en este contexto.

En el Salmo 1 encontramos esta comparación: “El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien”. El Espíritu es la corriente de agua; cuando nos plantamos cerca de ella florecemos.

Bueno, ¿cuáles son estos frutos del Espíritu Santo? En el quinto capítulo de Gálatas, Pablo los enumera: “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”. Para discernir si el Espíritu vive en ti, para determinar si estás caminando por el camino correcto, estos son criterios maravillosos.

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