Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús declara que la profecía de Isaías se ha cumplido: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres”.
Jesús venía predicando acerca del reino de Dios. Los sordos oyen, los ciegos ven, los cojos caminan. Los muertos resucitan, los enemigos son perdonados y los pobres reciben la Buena Nueva que se les predica. Y, fundamentalmente, con la Resurrección, los seguidores de Jesús vieron que el mundo antiguo —un mundo predicado sobre la muerte y las obras de la muerte, el mundo que había crucificado a Jesús— había sido ahora derrotado. Dios había declarado definitivamente Su oposición a ese mundo y Su apoyo al nuevo.
Tan asombrados estaban por la Resurrección —y puedes sentirlo en cada libro y palabra del Nuevo Testamento— que esperaban la inminente llegada de un nuevo estado de cosas, el regreso de Jesús y el establecimiento del reino de Dios. Aunque Jesús no regresó de inmediato, el viejo mundo estaba quebrado y llegaba su fin. Estaba en peligro completamente, su destrucción era ahora solo cuestión de tiempo.