Para apreciar completamente un diamante hermoso, hay que mirarlo desde diferentes ángulos. Hay que sostenerlo hacia la luz de esta manera, y ahora de aquella. Hay que girarlo en la mano para ver toda su belleza y esplendor al brillar con la luz. Diferentes puntos de vista, diferentes ángulos, permiten ver distintos lados del diamante, y cuantos más puntos de vista tengamos, más completa y plenamente se podrá ver el diamante.
Esta es una buena analogía para mirar los cuatro Evangelios. Cristo es el diamante, y cada Evangelio nos ofrece una nueva perspectiva, un nuevo ángulo, de su belleza. Mateo, Marcos, Lucas y Juan tienen cada uno su punto de vista único, su ángulo particular, sobre el misterio de Jesús. Los Evangelios también son similares, especialmente los tres primeros: Mateo, Marcos y Lucas, conocidos como los Evangelios sinópticos. Al leer y estudiar en oración cada Evangelio, tanto las similitudes como las diferencias comienzan a brotar en sus respectivos retratos de Cristo, de modo que los cuatro juntos nos dan una visión completa de la belleza del Hijo de Dios, y nos llaman a tener fe en él.
Una manera buena y sencilla de apreciar tanto la unicidad como las similitudes entre los Evangelios es observar el conocido relato de la tempestad calmada en Mateo y Marcos. La historia básica es la misma en cada Evangelio: Jesús está en una barca con sus amigos. Una tormenta violenta aparece inesperadamente, amenazando tanto a la barca como a quienes están en ella. Jesús, sin embargo, está dormido, y los que están en la barca lo despiertan. Jesús reprende al viento y al mar, y sobreviene calma. Luego les pregunta por qué su falta de fe, y ellos se quedan preguntándose quién es él, a quien hasta los elementos de la naturaleza obedecen.
Estas son las similitudes básicas. Sin embargo, tanto Marcos como Mateo adaptan esta historia de distintas maneras para encajar con sus perspectivas particulares de Cristo. Las diferencias emergen en detalles claves, dándonos un enfoque ligeramente distinto del misterio de Cristo.
La tempestad calmada en Marcos 4 (NBLA)
35 Ese mismo día, caída ya la tarde, Jesús les dijo: “Pasemos al otro lado”. 36 Despidiendo a la multitud, lo llevaron con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con él. 37 Pero se levantó una violenta tempestad, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya la barca se llenaba de agua. 38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre una almohadilla; entonces lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.39 Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cálmate, enmudece!”. Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. 40 Entonces les dijo: “¿Por qué están atemorizados? ¿Cómo no tienen fe?”. 41 Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
La tempestad calmada en Mateo 8 (NBLA)
23 Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos lo siguieron. 24 Y de pronto se desencadenó una gran tormenta en el mar de Galilea, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido. 25 Llegándose a él, lo despertaron, diciendo: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. 26 Y él les contestó: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces Jesús se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. 27 Los hombres se maravillaron, y decían: “¿Quién es este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?”.
Análisis
Comencemos con el relato de Marcos. ¿Qué tiene de particular? Aparte de algunos detalles curiosos (Jesús está dormido en la popa y sobre una almohadilla), la diferencia principal está en cómo Marcos describe a los hombres que están con Jesús.
- Los hombres llevan a Jesús con ellos en la barca. También hay un grupo de barcas, por lo que la escena parece un grupo improvisado de hombres (pescadores) que van a trabajar (Marcos 4, 36). Marcos nunca los llama “discípulos”.
- Cuando viene la tormenta, los hombres parecen entrar en pánico. Fíjense en su clamor a Jesús: “¿No te importa que perezcamos?” (4, 38). Marcos nos dice (v. 37) que la barca ya se estaba llenando de agua. Probablemente, los hombres están enojados con Jesús y lo despiertan para que ayude a sacar el agua y a salvar la barca de hundirse.
- Después de calmar el mar y el viento, Cristo les pregunta directamente por su falta de fe: “¿Por qué están atemorizados? ¿Cómo no tienen fe?”. En respuesta, los hombres quedan perplejos: “¿Quién es este . . .?” (4, 40-41).
¿Qué hay del relato de Mateo? Algunos detalles únicos incluyen lo siguiente:
- Jesús guía a sus discípulos hacia la barca. Sólo hay una barca, y la imagen, lejos de ser un grupo improvisado, se asemeja a la de un rabí guiando a sus discípulos (8, 23).
- Cuando viene la tormenta, los discípulos despiertan a Jesús (como en Marcos), pero sus palabras son muy distintas. Reconocen a Jesús como el Señor, y su súplica toma la forma de una oración: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!” (Mateo 8, 25).
- En medio de la tormenta, Cristo les pregunta por su miedo y poca fe: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?” (8, 26). Luego calma el viento y el mar, y los discípulos quedan maravillados: “¿Quién es este . . .?” (8, 27).
Diferentes puntos de vista: La cuestión del discipulado
El relato de Marcos
La diferencia clave entre los dos relatos reside en cómo se describe a los discípulos. En el relato de Marcos, los hombres parecen confundidos, asustados e incluso enojados con Jesús cuando está dormido. Marcos nos dice simplemente que un grupo de hombres se sube a las barcas con Jesús. No parece haber un orden o jerarquía entre ellos, y al menos aquí, Marcos no usa la palabra “discípulo”.
Este relato de Marcos encaja bien con su Evangelio en general, en el que la pregunta (y el desafío) del discipulado es absolutamente central. Una y otra vez en Marcos, los discípulos y apóstoles son retratados con una cierto matiz negativo. Confrontados con el misterio de la identidad de Cristo, quedan sorprendidos, desconcertados, maravillados, pero a menudo les falta fe (véase, por ejemplo, Marcos 4, 13; 4, 41; 6, 52; 8, 32-33; 14, 50; 16, 8). De hecho, en todo el Evangelio de Marcos, muy pocas personas realmente comprenden quién es Jesús. Una de ellas es la mujer anónima de Marcos 14 que unge a Cristo y que se presenta como paradigma solitario del verdadero discipulado en el Evangelio de Marcos.
Al hacer de la pregunta del discipulado el centro de su Evangelio, Marcos coloca la identidad de Cristo directamente ante sus lectores. “¿Y ustedes, quién dicen que soy yo?” es la pregunta central del Evangelio de Marcos (Marcos 8, 29), y una que los discípulos, al igual que nosotros hoy, debemos responder. ¿Es Jesús nuestro Dios y Señor, o simplemente una figura como uno de los profetas? (véase Marcos 8, 28).
El relato de Mateo
¿Cómo se compara esto con Mateo? Para Mateo, un elemento clave es la barca misma, que en su Evangelio funciona como imagen de la Iglesia. De hecho, el Evangelio de Mateo es el único Evangelio que utiliza la palabra ekklesia, “iglesia” (véase Mateo 16, 18 y 18, 17). Noten cómo los hombres que están con Jesús son descritos sin ambigüedad como “discípulos”, quienes, en su oración a Jesús, lo llaman “Señor” (Mateo 8, 25). La atención de Mateo está en la relación entre Cristo y los discípulos y apóstoles que forman su Iglesia. Cristo establece su Iglesia, y los miembros de la Iglesia están relacionados con él del mismo modo que los discípulos con su Maestro y los siervos con su Señor.
Importantes en este sentido son las últimas palabras del Evangelio de Mateo. En lo que se conoce como la Gran Comisión, Jesús envía a su Iglesia a predicar y bautizar, y les recuerda: “Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). El Evangelio de Mateo termina con la promesa de la presencia perpetua de Jesús en su Iglesia.
Leído de esta manera, la calma de la tormenta en Mateo se convierte en una especie de parábola sobre la vida e historia de la Iglesia. Habrá (¡y ha habido!) momentos en que las olas del mundo se levanten y amenacen a la Iglesia. En esos tiempos, puede parecer que el Señor está ausente o dormido. Aun así, él promete a su Iglesia su presencia continua, de modo que cuando la Iglesia hace suya la oración de los discípulos, “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!” (Mateo 8, 25), él puede hablar incluso en medio de la tormenta para llevar a salvo la barca de Pedro, la Iglesia.
Diferentes puntos de vista, el mismo diamante
En ambos relatos evangélicos, los discípulos tienen una reacción similar cuando ven el milagro que Jesús realiza. Se preguntan por su identidad: “¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?”. ¿Quién es este hombre que tiene autoridad incluso sobre las fuerzas de la naturaleza?
En el Antiguo Testamento, está claro que solo Dios tiene autoridad y poder sobre el mar y el viento. Algunos ejemplos:
- Génesis 1, 9-10: Dios reúne las aguas en “una sola masa” con el poder de su palabra, y llama al agua “el mar”.
- Salmo 65, 7: “Tú calmas el estruendo de los mares, el estruendo de sus olas, el tumulto de los pueblos”.
- Salmo 93, 4: “Más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más poderoso que las olas del mar, poderoso en las alturas es el SEÑOR”.
- Salmo 107, 29-30: “Cambió la tempestad en suave brisa, y se apaciguaron las olas del mar. Se alegraron de que se aquietaran, y él los condujo al puerto deseado”.
¿Cuál es la conclusión de estos (y otros) textos que hablan del dominio de Dios sobre el mar indomable? Cuando Jesús calma la tormenta, los Evangelios presentan este milagro como una afirmación de su naturaleza divina. Jesús hace algo que las Escrituras dicen que solo Dios puede hacer: calma el viento y las olas. Jesús calma la tormenta para mostrar que él es verdaderamente Dios. De esta manera, Mateo y Marcos identifican a Jesús con el Señor Dios de Israel.
Es cierto que Mateo y Marcos adaptan el milagro de manera que apoye el enfoque teológico particular de cada Evangelio. Esto se debe a que cada Evangelio nos llama a la fe en la divinidad de Cristo. En palabras de Dei Verbum del Concilio Vaticano II:
Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.
En la calma de la tormenta en el mar, los Evangelios nos muestran la divinidad de Cristo, y al hacerlo nos invitan a confesar nuestra fe en él. Si Cristo puede calmar el viento y el mar, ¿creemos que también puede calmar las tormentas en nuestras vidas? A través de los relatos evangélicos, aquel que calmó la tormenta en el mar nos pregunta nuevamente: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.