Durante el receso navideño pasé una buena cantidad de tiempo dándome un atracón de videos de Jordan Peterson. Para aquellos que no lo sepan, Peterson no es la sensación de hip-hop del momento; es un profesor de psicología de la universidad de Toronto que ha causado bastante revuelo como comentador cultural e intelectual público, sobre todo por sus apariciones en redes sociales. De los muchos videos de Peterson, los que más me intrigaron fueron sus diálogos con Sam Harris, uno de los “cuatro jinetes del nuevo ateísmo” y quizá el crítico más estridente de la religión hoy por hoy. La razón por la cual se emparejó a Peterson con Harris es porque el primero empezó a explorar, de forma especialmente perspicaz, la significación psicológica y arquetípica de las historias bíblicas y por tanto a cuestionar implícitamente el rechazo absoluto de la religión que se encuentra en los nuevos ateos.
En las discusiones que vi, Harris, como sus colegas, el Christopher Hitchens tardío y Richard Dawkins, concentraba su atención en las formas en que la religión, debido a su dogmatismo y a su alergia a la auto crítica, ha dado lugar a miles de formas de opresión y violencia. Podemos encontrar esto, por supuesto, en la Biblia misma, que parece condonar la esclavitud, permitir el genocidio, alentar el maltrato de la mujer, y sancionar la brutal eliminación de pueblos conquistados. Y lo vemos, dice Harris, a lo largo de la historia de la religión, encontrando expresión de ello en las inquisiciones, cazas de brujas, pogromos, etc. Detrás de todo este caos, sostienen los ateos, está la típica tendencia de la gente religiosa de aceptar las cosas a partir de la fe, de dejar de lado la racionalidad crítica, y de adoptar el autoritarismo. Respondiendo a estas conocidas objeciones, Jordan Peterson hablaba de dos extremos que dieron tono al proyecto intelectual y moral a lo largo de los años—a saber, fundamentalismo y relativismo caótico. El primero—acrítico, opresivo, arrogante y violento—produjo y continúa produciendo todas las cosas negativas de las que Harris se queja con razón; pero el segundo—sin anclas, impotente y sin seriedad moral—ha resultado ser igual de peligroso. El actor moral responsable y el explorador intelectual viven en medio de ambos extremos.
Si estoy leyendo a Peterson correctamente, él piensa que Harris y sus colegas ateos caen en la trampa de identificar la sombra dogmática y fundamentalista que inevitablemente acompaña a la religión con la religión misma. Y tienden, por tanto, a subestimar las contribuciones substanciales y positivas que los pensadores y actores religiosos han realizado para ayudarnos a evitar el caos del puro relativismo, especialmente respecto a asuntos de fundamental importancia. En esto concuerdo bastante con Peterson, pues he encontrado simplemente imposible tomar con seriedad la visión que niega toda contribución que la religión haya hecho a la cultura humana. Al mismo tiempo, también simpatizo con Harris en la medida en que valoro, con humildad y gratitud, la crítica del cristianismo durante la Ilustración que condujo a las iglesias a reconsiderar algunos de sus comportamientos y estrategias de interpretación bíblica. Necesitamos algo de la luz de la Ilustración para eliminar la sombra que ésta identifica correctamente.
Entonces, ¿qué propone exactamente Jordan Peterson respecto a la religión? Confieso que aquí las cosas se ponen un poco turbias, en parte por su estilo serpenteante y meditativo. Por su énfasis en la psicología arquetípica, es obviamente un discípulo de Jung, pero lo que me quedó claro mientras más videos veía es cuan kantiano es su enfoque. El gran filósofo del siglo dieciocho opinaba que no podíamos conocer la existencia de Dios usando la razón teórica. Las formas clásicas de acercamiento metafísico a Dios a través de la cosmología y la especulación metafísica son excluidas (véase su Crítica de la Razón Pura para más detalles). Sin embargo, Kant mantenía que podemos llegar a cierta idea operativa de Dios a través de lo que llamaba razonamiento práctico o moral. La idea de Dios como summum bonum, sostenía, es una de las condiciones de posibilidad para poder llevar a cabo la empresa moral en primer lugar. En otras palabras, no nos propondríamos hacer nada bueno si no aceptáramos que Dios existe. Una variante de esta misma idea puede ser encontrada en La religión dentro de los límites de la mera razón de Kant. En el texto, Kant afirma que la historia de Jesús presenta un “arquetipo de la persona perfectamente agradable a Dios”, y por tanto provee, al menos para los occidentales, el substrato narrativo para el esfuerzo moral. No tenemos que preocuparnos especialmente por la veracidad histórica de lo que narran los Evangelios, pues es la historia en sí lo que importa.
Pienso que Peterson está reviviendo el enfoque kantiano para nuestro tiempo. Suele retroceder ante la especulación metafísica sobre la existencia de Dios; no parece especialmente interesado acerca de los argumentos clásicos sobre la causa primera o el ser necesario. Pero sí piensa que el arquetipo de Dios, expresado típicamente de forma narrativa, es esencial para el pensamiento y comportamiento moral. El lenguaje bíblico al hablar de la devoción a Dios o de seguir la voluntad de Dios refleja y da expresión de esta suposición de manera rudimentaria.
¿Dónde nos deja, entonces? Creo que Jordan Peterson representa un gran avance respecto de la limitada (aunque necesaria) crítica de Sam Harris y sus colegas ateos. Ha ayudado a un montón de personas que han sido deformadas por un secularismo doctrinario a abrir la mente y el corazón a las verdades latentes en la Biblia y en las grandes tradiciones religiosas. Pero sigue atascado, me parece, en un lado de la división kantiana. El Dios vivo y personal sigue siendo, para él, un arquetipo, una idea, un artefacto interpretativo. Si tengo la oportunidad de sentarme a hablar con él, puede que lo presione en este punto.