Amigos, en el Evangelio de hoy los sumos sacerdotes y ancianos preguntan a Jesús: «¿Con qué derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad? »
La palabra griega utilizada para «autoridad» es más ilustrativa: exousia. Significa, literalmente, «desde el ser de». Jesús habla con la verdadera exousia de Dios, y por lo tanto, sus palabras llevan a cabo lo que dice. Él dice, «¡Lázaro, sal de allí!» (Jn 11, 43) y el hombre muerto sale de su tumba. Él reprende al viento y dice al mar, «¡Cállate, enmudece!» (Mc 4, 39) y hay calma. Y la noche antes de morir, toma el pan y dice, «Éste es mi cuerpo» (Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 22, 19). Y lo que dice es.
Amigos, esta es la autoridad de la Iglesia. Si solo somos simplemente los custodios de una perspectiva filosófica interesante entre muchas otras, entonces no tenemos poder. Si confiamos en nuestro propio ingenio argumentativo, entonces fracasaremos. Nuestro poder viene —y esto continúa siendo un gran misterio— solo cuando hablamos con la autoridad de Jesucristo.