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Salir de la Sacristía: Una mirada a nuestras prioridades pastorales

July 16, 2018

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Desde hace varios días, he estado con mi equipo de Word on Fire, filmando los episodios de Flannery OConnor y Fulton Sheen para nuestra serie The Pivotal Players. Nuestro viaje nos ha llevado de Chicago a Nueva York a Washington DC, y finalmente a Savannah y Millidgeville. A cada paso del camino nos hemos encontrado con personas a las que les ha llegado el material de Word on Fire: homilías, podcasts, videos de Youtube y la serie CATOLICISMO. Muchos me han dicho que su contacto con Word on Fire empezó un proceso que les ha traído de vuelta a la Iglesia. Y no les digo esto para hacer propaganda de mi ministerio en los medios, sino como una ocasión para reflexionar acerca de lo que considero debe ser un cambio en la forma en la que la Iglesia piensa acerca de su labor más esencial.

A lo largo de todos mis años de servicio en la Iglesia, la Parroquia ha sido considerada la institución eclesiástica por excelencia. Habla con cualquiera que haya estado comprometido con la Iglesia en los últimos cincuenta años y oirás muchas críticas sobre un montón de aspectos de la vida eclesial, pero escucharás, casi sin excepción, solo alabanzas sobre las parroquias. Pienso aquí en las líricas alusiones del padre Andrew Greenley sobre la parroquia como una institución de un éxito social y religioso único. Ciertamente, en el caso de los sacerdotes diocesanos, el trabajo parroquial viene como dado de fábrica. El ministerio que va más allá del contexto parroquial—trabajo en hospitales, seminarios, enseñanza, administración, etc.- es aceptable, pero generalmente no se ve como lo que el sacerdote diocesano debería estar haciendo. Creo que es justo decir que dedicamos la inmensa mayoría de nuestro dinero, energía y personal en el mantenimiento de las estructuras parroquiales.

Ahora, espero que no se me malinterprete: amo la parroquia y creo en su importancia apasionadamente. El culto, la instrucción para el apostolado, la construcción de una comunidad, la formación misionera: todo esto ocurre típicamente dentro de la parroquia. Yo fui párroco de tiempo completo por varios años, y he estado presente en numerosas parroquias todos y cada uno de mis treinta y dos años de sacerdocio. Ahora como Obispo auxiliar de la Arquidiócesis más grande del país, superviso y visito regularmente unas cuarenta parroquias. Sin embargo, a veces me pregunto si, y dado lo escaso que es nuestro tiempo, no sería sabio hacernos algunas preguntas sobre la excesiva importancia que le hemos dado a la Parroquia.

Encuesta tras encuesta muestran como el número de personas sin religión o sin afiliación religiosa ha incrementado drásticamente en nuestro país. Mientras que a principios de los 1970s, aquellos que se denominaban “no religiosos” rondaban el tres por ciento, hoy día están cerca del veinticinco por ciento. Y entre los jóvenes estas figuras son aun más alarmantes: cuarenta por ciento de los menores a cuarenta años se declaran sin afiliación religiosa, y el cincuenta por ciento de los católicos menores a cuarenta se consideran “no religiosos”. Por cada persona que se une a la Iglesia católica hoy en día, seis la dejan. E incluso aquellos que se consideran católicos pasan muy poco tiempo alrededor de las parroquias. La mayoría de los estudios indica que quizá el 20 o 25 por ciento de los bautizados asisten a la Misa regularmente, y el número de los que reciben los demás sacramentos—especialmente el bautismo, la confirmación y el matrimonio—ha decaído notablemente. Aun más, el análisis objetivo rebela—y yo doy testimonio desde la experiencia— que apenas un pequeño porcentaje de esa ya pequeña porción de los que asisten a Misa regularmente participa en los programas parroquiales de educación, servicio social y renovación espiritual. El punto—y de nuevo, esto no es decir nada en contra de aquellos que hacen un maravilloso trabajo dentro de las parroquias—es que quizá tengamos que reconsiderar nuestras prioridades y poner el énfasis, sobre todo, en la evangelización activa, la gran Misión ad extra.

El Papa Francisco nos dirigió su ya memorable “salgan de las sacristías a las calles” y “vayan a las periferias existenciales”. Especialmente en Occidente, las calles y las periferias es donde encontramos a esos “no religiosos”. Dos o tres generaciones atrás, podíamos estar seguros de que muchas personas (los católicos por descontado) vendrían a nuestras instituciones—escuelas, seminarios y parroquias—para ser evangelizadas, pero ya no podemos darlo por hecho. Aun así, seguimos invirtiendo la mayor parte de nuestro dinero, tiempo y atención al mantenimiento de estas instituciones y sus actividades. ¿No sería más sabio reorientar nuestras energías, dinero y personal hacia afuera, para movernos al espacio donde habitan el que no ha sido evangelizado, el que se ha alejado y el no afiliado? Mi humilde sugerencia es que debemos hacer una seria inversión en los medios de comunicación y formar un ejército de sacerdotes jóvenes específicamente educados y preparados para evangelizar la cultura a través de los medios. Pero eso es tema para otra columna.

La última vez que el Cardenal George se dirigió a los sacerdotes de Chicago, en una reunión que tuvo lugar a solo nueve meses de su muerte, hizo una observación profética. Le dijo al presbiterio de Chicago que, en los comienzos de la Iglesia, no había diócesis, ni escuelas, ni seminarios, ni parroquias. Pero había evangelizadores. Dijo que, a la luz de los desafíos actuales, valía la pena considerarlo. Tenía razón.