Recientemente concedí una entrevista al National Catholic Reporter acerca del Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional que se avecina, y del cual he sido elegido delegado. Tocamos una serie de temas, incluyendo el incremento de jóvenes sin afiliación religiosa, la meta del sínodo y formas creativas de escuchar a las personas jóvenes. A lo largo de la conversación, también afirmé que sacaré el tema de la apologética ante el Sínodo, pues muchos jóvenes tienen preguntas y objeciones sobre la fe. Pero cuando la entrevista apareció, el autor se mostraba asombrado de que yo mencionara el tema de la apologética, a pesar de que el documento preparatorio del Sínodo hiciera una llamada clara al “acompañamiento” de la gente joven. Al parecer muchos piensan que acompañar y hacer apologética son caminos mutuamente excluyentes. A mi modo de ver se implican mutuamente. Por supuesto, y especialmente en nuestro contexto, un acercamiento intimidante del tipo “tengo todas las respuestas” es contraproducente. Pero la apologética como tal es hoy más necesaria que nunca, y más aún, perfectamente congruente con la insistencia del papa Francisco de caminar con aquellos que tambalean en la fe.
No hay un ejemplo más ilustrativo de esto que el relato de la conversación de Jesús con los otrora discípulos en el camino de Emaús. La historia comienza con el par caminando en la dirección equivocada. Todo en el Evangelio de Lucas nos dirige a Jerusalén, la ciudad de la Cruz, de la Resurrección, del envío del Espíritu, la cuna de la Iglesia. Así, aventurándose lejos del centro, evocan a todos los pecadores que, en varios grados, vagan por caminos equivocados. De repente, caminando con ellos, aunque no pueden reconocerle, está el Señor Jesús. Él no se anuncia; no se enzarza en una discusión teológica; no les dice cómo pensar o cómo comportarse. Sino que se pone a caminar con ellos con naturalidad, incluso cuando van en la dirección equivocada, y les pregunta con gentileza por lo que pasa por sus cabezas: “¿Qué era aquello de lo que discutían mientras caminaban?”
Todo aquello que algunos encuentran atractivo con justicia en el acompañamiento se encuentra presente aquí: tolerancia, las ganas de entrar en el espacio psicológico de los que están perdidos, no agresividad, capacidad de escuchar, etc. Y este acercamiento paciente trae consigo una buena cantidad de fruto evangélico, pues Jesús descubre que saben mucho sobre Él, “que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y que nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron…Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado…diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él estaba vivo”. Pero esto también revela todo lo que no saben, e invita a un giro decisivo; el paciente y comprensivo Jesús se vuelve bastante directo: “Hombres duros de entendimiento, ¡cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!”. Y así Jesús se enzarza en una decidida defensa, poniendo los eventos de la Cruz y la Resurrección en el contexto de interpretación del Antiguo Testamento, dándole al par de discípulos una clase magistral en Escritura y teología.
No debería ser tan difícil de ver cómo esta historia nos brinda un modelo para el acompañamiento evangélico de la gente joven de hoy en día. Por supuesto, la amistad y la escucha respetuosa son indispensables. Caminar incluso con aquellos que se han apartado de la Iglesia es siempre lo que hay que hacer. debemos evitar intimidar, moralizar y arengar. Sin embargo, ¡acompañamiento no significa solamente deambular con alguien! Como nos enseña claramente la historia de Emaús, el acercamiento gentil y acogedor levantó preguntas que pedían respuestas. Jesús los amó, caminó con ellos, les sonsacó lo que sabían, y después razonó, con claridad, extensa y profundamente. De la misma manera la gente joven hoy en día (quienes, créanme, tienen miles de preguntas sobre la religión), tienen hambre y sed, no sólo de una compañía amistosa, sino de una palabra que venga de la Iglesia. El termino apologética viene del griego “apologia”, que simplemente dignifica “portar una palabra para dar”. Implica, por tanto, dar una razón, proveer un contexto, poner las cosas en perspectiva, ofrecer dirección. Que increíble que, recordando la gran intervención apologética de Jesús, los discípulos de Emaús dijeran: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” La gente joven de hoy se sentirá de la misma manera si la Iglesia camina y habla con ellos a la vez.
Ya que estamos explorando etimologías, es interesante, a modo de conclusión, examinar la raíz de la palabra “acompañamiento”. Acompañar no es solamente estar con alguien; sino más bien, compartir el pan con alguien, dar y recibir vida. En el contexto evangélico, por lo tanto, el verdadero acompañamiento va más allá del compañerismo. Tiene que ver con ofrecer el Pan de Vida.