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Amigos, el Evangelio de hoy nos presenta la historia de la mujer atrapada en adulterio, que es una de las muestras más claras sobre lo que René Girard llamó el mecanismo del chivo expiatorio.

Los escribas y fariseos le traen a Jesús una mujer que habían atrapado en adulterio. ¿Dónde habrán estado y cuánto tiempo habrán esperado para atraparla? Su afán por encontrar una víctima es testimonio de la insaciable necesidad humana de los chivos expiatorios.  

La novedad del Evangelio se revela en el rechazo de Jesús de contribuir a la energía de la tormenta que se avecina: “Que el que esté sin pecado sea el primero en arrojarle una piedra”. Jesús dirige la energía de la violencia al chivo expiatorio hacia los acusadores. Él revela el peligroso secreto de que el orden inestable de la sociedad se haya basado en los chivos expiatorios. Los Padres de la Iglesia enfatizaron este punto con una clara interpretación: imaginaron que Jesús estaba escribiendo en la arena nada menos que los pecados de aquellos que amenazaban a la mujer.

Entonces vemos, en forma trascendente, el nuevo orden: “Vete, y de ahora en adelante no peques más”. La conexión entre Jesús y la mujer no es la consecuencia de la condena sino fruto del perdón ofrecido y aceptado.