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Amigos, en el extraño y sorprendente relato de la curación del hombre nacido ciego del Evangelio de Juan, encontramos una representación icónica sobre el cristianismo como forma de ver. Jesús escupe en el suelo y hace una pasta del barro, que luego frota sobre los ojos del hombre. Cuando el hombre se lava los ojos en el estanque de Siloé, como Jesús le había ordenado, su vista se restablece.

La multitud está asombrada, pero los fariseos —consternados y escépticos— lo acusan de ser ingenuo y a quien lo curó de ser pecador. Con una simplicidad encantadora, el vidente responde: “Yo no sé si es un pecador; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”. 

Esto es precisamente lo que dicen todos los cristianos que encuentran la luz de Cristo. San Agustín interpretó la preparación de la pasta del barro como una metáfora de la Encarnación: el poder divino se mezcla con la tierra dando como resultado la formación de un bálsamo curativo. Cuando este ungüento de Dios hecho carne se frota en nuestros ojos cegados por el pecado volvemos a ver.