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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos resume las leyes del amor.

Era una práctica común en el tiempo de Jesús pedirle a un rabino que identificara preceptos centrales de la Ley. Entonces le preguntan a Jesús: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”.

Y da su ya conocida respuesta: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Finalmente, toda religión trata de despertar el deseo más profundo del corazón y dirigirlo hacia Dios; se trata de ordenar nuestro amor hacia lo que es más digno de amar. Pero este amor a Dios lleva consigo, dice Jesús, como una consecuencia necesaria, la compasión por los demás.

¿Por qué estos dos mandamientos están tan estrechamente ligados? Precisamente por quién es Jesús. Cristo no es simplemente un ser humano, y no es simplemente Dios; más bien, Él es el Dios-hombre, aquel en cuya persona se encuentran la divinidad y la humanidad. Por lo tanto, es imposible amarlo como Dios sin amar a la humanidad que Él ha abrazado. El mandamiento más grande es, por lo tanto, una Cristología indirecta.