Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús declara que ha venido a cumplir la Ley.
El mismo Jesús, que criticó el legalismo hipócrita de los fariseos, también dijo: “No he venido a abolir la ley sino a cumplirla”. Y el mismo Jesús, que amenazó con derribar el templo de Jerusalén, también prometió “levantarlo” en tres días.
El punto es este: Jesús ciertamente criticó la corrupción en la religión institucional de su tiempo, pero de ninguna manera llamó a su total desmantelamiento. Él era un judío leal, observador y respetuoso de la ley.
Jesús afectó una transfiguración de lo mejor de la religión clásica israelita —templo, ley, sacerdocio, sacrificio, alianza— en instituciones, sacramentos, prácticas y estructuras de su Cuerpo Místico, la Iglesia.
Muchos devotos del New Age quieren hoy una espiritualidad sin religión, y muchos evangélicos quieren a Jesús sin religión. Ambos terminan con abstracciones. Pero Jesús no es una abstracción. Más bien, es un poder espiritual que se hace disponible precisamente en la densa particularidad institucional de Su Cuerpo Místico a través del espacio y el tiempo. Jesús no vino a abolir la religión; vino a cumplirla.