Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús llama a Mateo para convertirse en discípulo.
Jesús miró a este hombre y dijo simplemente: “Sígueme”. ¿Lo invitó Jesús a Mateo porque este recaudador de impuestos lo merecía? ¿Estaba Jesús respondiendo a algún anhelo oculto en el corazón del pecador? Ciertamente no. La gracia, por definición, viene sin invitación y sin explicación.
En la magnífica pintura de Caravaggio sobre esta escena, Mateo responde a la llamada de Jesús señalándose a sí mismo, incrédulo, y con una expresión burlona, como si dijera: “¿A mí, me quieres?”.
Mateo inmediatamente se levantó y siguió al Señor. ¿Pero a dónde lo siguió? ¡A un banquete! “Mientras Jesús estaba en la mesa de su casa . . .” es lo primero que leemos después que Mateo decide seguirlo. Antes de llamar a Mateo para hacer algo, Jesús lo invita a sentarse en comunión alrededor de una mesa festiva. Erasmo Leiva-Merikakis ha comentado que: “El significado más profundo del discipulado cristiano no es trabajar para Jesús sino estar con Jesús”.