Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús usa un lenguaje apocalíptico del profeta Daniel: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”.
Me doy cuenta de lo extraño y distante que todo esto puede sonar, pero detrás de ello hay un tema espiritual de enorme importancia: no debemos confiar en los poderes del mundo para brindarnos seguridad y paz. La paz vendrá solo con la llegada del reino de Dios.
Una de las convicciones más perdurables en los seres humanos, que se puede ver a través de los siglos y en todas las culturas, es que podemos corregir las cosas si solo encontramos la correcta configuración política, económica o cultural. Pero nunca debemos poner nuestra fe definitiva en ninguno de los reinos, los arreglos sociales o los programas políticos del mundo. Todos ellos, de una forma u otra, son atractivos, pero están destinados a caer. Todos llevan a tribulaciones.
Lo que debemos mirar es al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del Cielo. Ahora, ¿esto debe entenderse en un sentido final? Sí, la segunda venida señala el fin del mundo tal como lo conocemos. Pero el Hijo del Hombre viene sobre las nubes del Cielo incluso en la vida actual de la Iglesia. Piensa en las nubes de incienso que acompañan las manifestaciones de Cristo en la liturgia solemne. Incluso ahora, el verdadero Rey, el sucesor de David, está en medio de nosotros.