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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús les dice a sus discípulos que Él será rechazado por los hombres, que lo matarán, y luego resucitará de entre los muertos. Habiendo escuchado esta visión de un amor incondicional que se olvida de sí mismo, los discípulos comienzan a discutir cuál de ellos es el más grande.

En ese momento, Jesús propone una solución. Pone a un niño en medio de ellos y dice: “El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe también al que me ha enviado”. ¿De qué son capaces los niños? Son capaces de recibir órdenes. Todavía no han aprendido el camino de la desobediencia.

Además, los niños pequeños son capaces de vivir radicalmente el momento presente, de perderse en jugar o en la contemplación de algo bello. La mayoría de nosotros vivimos en el pasado (saboreando una gloria desvanecida o lamiendo viejas heridas) o en el futuro (aspirando, esperando, temiendo lo que pueda venir). Pero Dios y Su gracia están disponibles ahora.

Anthony de Mello tiene un relato, una imagen, que es apropiado mencionar aquí: la mayoría de nosotros somos como personas viajando en un autobús, pasando por el país más hermoso que se pueda imaginar, pero tenemos las ventanas cerradas, y estamos discutiendo acerca de quién tiene el mejor lugar en el autobús.