Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús sana a un sordomudo.
El evangelista Marcos nos dice que Jesús “lo separó de la multitud y llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua, y le dijo: ‘¡Efatá!’ que significa: ‘Ábrete’”. Mirando a Su Padre e introduciendo los dedos en los oídos del hombre, Jesús establece, por así decirlo, una corriente eléctrica, literalmente conectándolo a la energía divina, convenciéndolo a escuchar la Palabra.
Ahora, veamos la curación en términos de su significado espiritual. La multitud es gran parte del problema. Las voces estridentes de tantos, el insistente rebuznar de la cultura publicitaria, la confusa Babel de las espiritualidades que compiten, todo esto nos hace sordos a la Palabra de Dios. Y por tanto, tenemos que trasladarnos a un lugar de silencio y comunión.
Jesús nos atrae a Su espacio, el espacio de la Iglesia. Allí, lejos de la multitud, podemos sumergirnos en el ritmo de la liturgia, escuchar con avidez la Escritura, estudiar la tradición teológica, observar los comportamientos de gente santa, disfrutar la belleza del arte y la arquitectura sagrada. Allí podemos escuchar.