Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús promete la vida eterna a todos aquellos que coman de su Carne y beban su Sangre. Muchos de los Padres de la Iglesia caracterizaron la Eucaristía como un alimento que efectivamente inmortaliza a quienes la consumen.
Ellos entendieron que, si Cristo está realmente presente en la Eucaristía, el que come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor se configura con Cristo de un modo mucho más que metafórico. La Eucaristía Cristifica y por lo tanto eterniza.
Si la Eucaristía no fuera más que un símbolo, este tipo de lenguaje sería una tontería. Pero si la doctrina de la Presencia Real es verdadera, entonces se debe mantener esta literal eternización del receptor de la Comunión.
Pero ¿qué implica prácticamente esta transformación? Implica que toda la vida de uno: cuerpo, psique, emociones y espíritu se ordenan al reino de Dios. Significa que las energías e intereses de uno, los propósitos y planes, todos ellos son sacados del contexto puramente temporal y se les da un valor espiritual completamente nuevo.
La persona Cristificada sabe que su vida no se trata finalmente de ella misma sino de Dios; la persona Eucarística entiende que su tesoro se encuentra arriba y no aquí abajo.