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Amigos, hay una larga tradición que enfatiza la perseverancia de la mujer Cananea que aparece en el Evangelio de hoy. San Agustín dice que rezamos para así expandir nuestra voluntad y aceptar lo que Dios tiene planeado para nosotros. Otra lectura del relato muestra cómo esta mujer ejemplifica una actitud correcta hacia Dios, combinación de humildad y atrevimiento, de sumisión y resistencia. Somos criaturas, y Dios es Dios; aun así, Dios nos invita a adentrarnos en Su intimidad. 

Pero quisiera enfatizar el condicionamiento que hay en la lectura respecto al “otro”. El Antiguo Testamento habla insistentemente acerca del “huérfano, la viuda, el extranjero”. La vida ética, en el marco bíblico, es acerca de los apremios de estas personas sobre nosotros. Ejercen presión sobre nosotros aun cuando, sin duda, nos gustaría que simplemente desaparecieran. 

Nosotros, como Iglesia, somos el Cuerpo de Cristo. Y así vendrán personas a pedirnos alimentos, sostenimiento, amistad, amor, refugio, liberación. A menudo nos tienta hacer lo que Jesús hace inicialmente y lo que los discípulos hacen: decirles que no molesten. Estamos sobrecargados, ocupados, preocupados. No podemos ser molestados. 

Pero toda la vida cristiana consiste en tener presente el sufrimiento y la necesidad de ese “otro” que nos molesta.