Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús dice: “el Padre y Yo somos uno”. Jesús apareció hace dos mil años y anunció que había sido enviado por el Padre. Pero había “algo más” con respecto a Jesús que era extraño, y es que Él habló y actuó en la misma persona de Dios.
Los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse con esa extraña dualidad: de alguna manera, Jesús era el Hijo de Dios, enviado y divino. Era otro que el Padre, pero de alguna manera al mismo nivel que el Padre. Las cosas se complicaron más cuando el Espíritu Santo entra en ellos.
Por lo tanto, parecía haber un Padre (el que envió a Jesús), un Hijo (el que fue enviado y también Dios) y un Espíritu Santo (divino y enviado tanto por el Padre como por el Hijo). Tres personas pero un único Dios de Israel.
Invocamos a la Trinidad cuando hacemos la señal de la cruz. Esta yuxtaposición de Trinidad y Cruz no es de modo alguno accidental. Porque la Cruz es el momento en el cual la firme unidad de las tres personas divinas se exhibe muy claramente.