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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús instruye a la comunidad en la difícil tarea de corregir el error de un hermano o hermana. Él les dice que eviten la práctica de chismear y quejarse a los demás sobre un agravio; más bien, deben confrontar a la persona que los ha ofendido de modo directo y valiente. De esa manera, se aborda la dificultad; la preocupación amorosa de quien tiene un reclamo es evidente y se detiene el proceso de rumores, ataques, contraataques, insinuaciones y chivos expiatorios.

Ahora, si la persona no responde a esa intervención amorosa, “busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos”. Por lo tanto, otros miembros de la comunidad están involucrados, pero sólo mínimamente —sólo lo suficiente como para que se arrepienta quien ha causado la ofensa. Solo si este pequeño círculo de la Iglesia es ignorado, se debe presentar la queja a toda la comunidad.

Lo rico aquí es la búsqueda del problema (pues decir la verdad, incluso cuando es peligroso, es esencial), junto con un profundo cuidado por la persona en cuestión y también por toda la familia de la Iglesia (pues el amor debe ser nuestra vocación constante).