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René Girard y la Ciénaga de las Redes Sociales

June 20, 2022

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Tuve la suerte de tener la semana pasada una conversación con Luke Burgis, el autor de un libro espléndido llamado ¡Lo Quiero! El Poder del Deseo Mimético en el Día a Día. El texto es una aplicación práctica y de sentido común de la teorización de René Girard, uno de los pensadores más influyentes y creativos del siglo pasado. La idea fundamental de Girard —y es reflejada en el subtítulo del libro de Burgis— es que el deseo humano no es directo sino que es mimético o imitativo. Esto significa que rara vez deseamos algo simplemente porque lo reconocemos como bueno; sino que lo deseamos porque alguien más lo desea. Existe, por consiguiente, un atributo triangular en la mayoría de las formas de desear, nuestro deseo por un objeto es motivado, por así decirlo, a partir del deseo de otra persona.

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Aunque esto pueda sonar abstracto, en verdad se puede observar en todas partes. Miren simplemente a un niño jugando pacíficamente con un montón de juguetes. Permanece totalmente indiferente a una pelota en particular —hasta que otro niño se acerca y la toma. De repente, se queda fascinado y quiere esa pelota con tanta intensidad que se desata un conflicto. O piensen en esas zapatillas de basquetbol bastante burdas que todos tenían en los años 90. Las deseábamos con tanta pasión, no porque tuvieran cualidades intrínsecas tan convincentes, sino porque Michael Jordan las quería. De hecho, toda la publicidad está basada en la dinámica Girardiana del deseo interpuesto.

Ahora bien, precisamente porque nuestro deseo tiene esta naturaleza imitativa, conduce, casi inevitablemente, a lo que Girard llama “rivalidad mimética”. Ya que deseo lo que tú deseas y ya que no hay tanto de lo que ambos deseamos, comenzamos a pelear entre nosotros. Si extrapolamos desde dos individuos a un grupo mayor, podemos ver que una rivalidad mimética simple puede convertirse en una crisis mimética, un frenesí de deseo conflictivo entre todos los miembros de una comunidad, una sociedad, una iglesia. Los combatientes están tan comprometidos con la rivalidad que se convierten, en el lenguaje de Girard, en “dobles monstruosos” de uno con el otro, pareciéndose más y más en su furia y obsesión.  

 A esta altura, debemos hablar de la tal vez más famosa idea de René Girard —que es la del mecanismo del chivo expiatorio. Ya que la guerra de todos contra todos, provocada por la crisis mimética, es intolerable, nosotros, por un instinto más inconsciente que consciente, tendemos a identificar un chivo expiatorio al que podemos inculpar por nuestros problemas. Nos autoconvencemos de que, si lo expulsamos o lo eliminamos, podemos aliviar la tensión en nuestra comunidad. Ejemplos de esta dinámica abundan terriblemente en la literatura y en la historia. Lean el inquietante cuento corto de Shirley Jackson La Lotería, o el relato de Herman Melville Billy Budd o El Señor de las Moscas de William Golding, o miren cualquiera de las películas de Los Juegos del Hambre o, si vamos al caso, repasen la historia de la mujer sorprendida en adulterio del Evangelio de Juan, y verán tanto el deseo mimético como el mecanismo del chivo expiatorio en plena exhibición. Más aún, incluso la encuesta más informal de historia muestra la prominencia del chivo expiatorio: La victimización de los judíos por parte de Hitler, el linchamiento de los afroamericanos en nuestro país, los prejuicios raciales de toda clase, los juicios por brujería de Salem, etc., etc.  

Enfrentémoslo: el espacio de las redes sociales es prácticamente un caldo de cultivo para los chivos expiatorios, las víctimas de las muchedumbres, objetos de cancelación.

Girard postula que esa violenta marginalización o destrucción completa del chivo expiatorio produce ciertamente una breve paz, un alivio de la violencia. Pero es necesariamente efímera e inestable y por lo tanto da origen en corto plazo a más mímesis, más rivalidad y a más violencia. Una de las más poderosas ideas de Girard es que la religión bíblica —sola entre las religiones y filosofías del mundo— desenmascara efectivamente la dinámica del chivo expiatorio y demuestra que Dios se ubica del lado de las víctimas y no de los victimarios. Por lo tanto enseña una salida de los espantosos ritmos de imitación, competencia y culpabilidad.

Existen recursos maravillosos y numerosos si quieren profundizar en la teoría Girardiana, pero los resumo aquí brevemente por su aplicabilidad masiva para el mundo en el que muchos de nosotros vivimos permanentemente. El espacio de las redes sociales es prácticamente un laboratorio Girardiano, o mejor una Placa de Petri, porque estamos constantemente mostrándonos uno al otro —a través de nuestras fotos, posteos, comentarios, nuestros “me gusta” o “no me gusta”— se intensifica el factor imitativo y las crisis miméticas pueden hacerse, como se dice, “virales” casi instantáneamente. La animosidad y el resentimiento que habitualmente tomaban meses o años en desarrollarse, se pueden desplegar en minutos. Y la ferocidad misma de estas rivalidades produce la forma particularmente virulenta de chivo expiatorio con la cual todos estamos familiarizados. Enfrentémoslo: el espacio de las redes sociales es prácticamente un caldo de cultivo para los chivos expiatorios, las víctimas de las muchedumbres, objetos de cancelación. Y como hubiera reconocido Girard, la identificación y eliminación del chivo expiatorio trae una paz breve e inestable al mundo de las redes sociales, pero da lugar pronto a más violencia y deben encontrarse otros chivos expiatorios.   

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¿Existe una salida de este lío? En su libro, Burgis recopila unas pocas historias de personas que, habiendo sido atrapadas por un frenesí mimético y dándose cuenta cuánto los había afectado negativamente, simplemente dieron un paso al costado. Se alejaron de la imitación y la competencia; tomaron su pelota y se volvieron a casa. Arthur Brooks, profundamente consciente de cuán destructivas pueden ser las redes sociales, dijo que sobreviene una enorme sensación de liberación cuando sencillamente apartamos nuestros dispositivos, nos bajamos de Facebook, YouTube e Instagram, y vivimos vidas más normales. En otras palabras, decir simplemente no al mundo tóxico de internet. Ahora, podría ser imposible lograr una abstinencia completa, pero podría recomendarles un ayuno intermitente de las redes sociales. La otra salida —y más permanente— es cultivar la virtud del amor. El amor, que es el desear el bien del otro, es un antídoto para la rivalidad mimética y para el mecanismo del chivo expiatorio. En lugar de competir con otro, deseando lo que él quiere, deberían desear lo que es objetivamente bueno para él. Descubrirán que eso disuelve los conflictos y por lo tanto evita la necesidad de los chivos expiatorios. Cuando se encuentren ustedes mismos, por tanto, atrapados en las dinámicas Girardianas, especialmente en las redes sociales, comprométanse con el más simple acto de amor.