Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility
group of bishops crowded together

Mientras Parto para la Segunda Sesión del Sínodo

September 24, 2024

Compartir

Mientras escribo estas palabras, me estoy preparando para partir a Roma para la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad. Fui elegido dos años atrás por mis hermanos obispos como delegado para esta reunión y participé en la primera ronda el pasado octubre. Tal como les compartí un año atrás, ¡el sínodo es mucho trabajo! Dura cuatro semanas completas, y nos reunimos de lunes a sábado, desde las 8:30 a.m. hasta las 7:30 p.m. Aunque muchos de nosotros le pedimos a los organizadores que ajustaran la agenda este año y nos dieran un poco más de tiempo libre, la mantuvieron casi igual. En línea con la intuición del Papa Francisco, el sínodo es un ejercicio de diálogo, y estas conversaciones se desarrollan en grupos pequeños, en las sesiones plenarias, y tal vez del modo más efectivo, durante los recesos. El último comentario no es broma. Los encuentros informales, en que pudimos socializar con los casi cuatrocientos delegados de todas partes del mundo, permitieron los encuentros más fructíferos e interesantes.

Para mí, la mejor parte del sínodo es precisamente esta oportunidad de realizar conexiones con una extraordinaria variedad de líderes Católicos. Tengo muchas ganas de reestablecer mi amistad con el Obispo Stefan Oster de Passau en Bavaria, un hombre que he llegado a admirar mucho; con el Arzobispo John Wilson, que he conocido por muchos años y que es uno de los líderes más elocuentes y efectivos de la Iglesia Católica en el Reino Unido; con el Arzobispo Anthony Fisher de Sydney, una de las figuras más centrales en la Iglesia de habla inglesa; con la Srta. Kelly Paget, una maravillosa líder laica de la Iglesia de Australia; con el Cardenal Chow de Hong Kong, quien, según descubrí el año pasado, realizó sus estudios universitarios en Duluth, Minnesota; y con el Obispo Georg Bätzing, el jefe de la Conferencia de Obispos alemanes, un hombre con el cual francamente estoy en desacuerdo sobre la mayoría de los temas teológicos, pero con el cual establecí una relación amistosa el último año.

Bueno, ¿sobre qué conversaremos? Los parámetros de nuestra discusión se han fijado a partir del Instrumentum Laboris o “documento de trabajo”, el cual se anima a leer cuidadosamente a todos los delegados, antes de la reunión. Hay unos pocos temas en el Instrumentum sobre los que quisiera centrar su atención. En primer lugar, los asuntos “candentes” de la ordenación de mujeres, del matrimonio del clero y de tender lazos con la comunidad LGBT, ya no están básicamente sobre la mesa, porque han sido relegados a las deliberaciones de los grupos de estudio. Ya que no serán el centro de nuestra discusión, el sínodo podrá regresar al tema que nos asignó el papa originalmente —esto es, la sinodalidad misma. Efectivamente, el título del Instrumentum Laboris es precisamente, “Cómo ser una Iglesia sinodal misionera”. Como tal, es un ejercicio de lo que llamaría eclesiología práctica —esto es, buscar explorar cómo podemos hacer que nuestra comprensión de la Iglesia se concrete en términos de instituciones y prácticas. Por ejemplo, convoca al desarrollo de, abarcando la Iglesia internacional, consejos de pastoral laical, consejos de finanzas, diferentes órganos de rendición de cuentas, etc. Un punto que señalé a menudo en la primera ronda del sínodo es que, en nuestro país, la mayoría de estas instituciones “sinodales” ya están establecidas. En cualquier caso, uno de los focos centrales de nuestras conversaciones será cómo implementarlas y fortalecerlas. 

Lo que surge con claridad particular en el documento preparatorio de este año es que la primera y más importante escucha que emprendemos no es entre nosotros sino al Espíritu Santo.

Un tema relacionado al Instrumentum es el involucramiento de más laicos, especialmente mujeres, en el gobierno de la Iglesia, tanto en la elaboración y como en la toma de decisiones. En todos los niveles de consulta previas a la primera ronda del sínodo y en gran medida durante el sínodo mismo, la cuestión de la participación de las mujeres en la vida de la Iglesia se presentó vigorosamente. Me complació leer en la Instrumentum que se reafirmó claramente el rol del obispo como principio de unidad y de toma de decisión final, como parte de la herencia apostólica de la Iglesia, y también me complació ver que tanto los laicos varones como mujeres fueron llamados a tomar parte en el gobierno de la comunidad. Aquí, nuevamente, he señalado frecuentemente en la última reunión sinodal que, al menos en el escenario norteamericano, las mujeres ya juegan un rol muy destacado en la vida eclesiástica. Basado en mi experiencia en la Arquidiócesis de Chicago, la arquidiócesis de Los Angeles, y ahora en mi propia diócesis de Winona-Rochester, puedo decir que las mujeres ocupan posiciones centrales, incluso preponderantes en la mayoría de los equipos parroquiales y oficinas diocesanas. En el caso de Winona-Rochester, de las treinta y ocho personas que trabajan en la oficina central, veintitrés son mujeres. Esto, por supuesto, no implica sostener que todo está bien en este aspecto, pero tal vez sugiera que el modelo norteamericano puede ser uno a imitar en otras partes de la Iglesia.

Otro tópico que atraviesa la nueva Instrumentum es el de la escucha. Tal como sabrán, el Papa ha acentuado muy constantemente, que la escucha de uno a otro es esencial a la sinodalidad. Pero lo que surge con claridad particular en el documento preparatorio de este año es que la primera y más importante escucha que emprendemos no es entre nosotros sino al Espíritu Santo. Pienso que esta es una corrección importante a una tendencia del año pasado, de concebir a la sinodalidad de una manera congregacionalista o democrática, como si la Iglesia fuera gobernada por el consenso que surge del diálogo entre los bautizados. Esta oportunidad, se saca a la luz la dimensión sobrenatural más robusta de la sinodalidad.       

Me gustaría hacer una observación final con respecto al método utilizado a lo largo del proceso sinodal —esto es, la así llamada “Conversación Espiritual”. El Instrumentum afirma, con suficiente nitidez, que este método fue celebrado prácticamente universalmente. Yo, al menos, no compartiría tal entusiasmo ilimitado. En la parte positiva, el método nos obliga, en los momentos claves de la conversación, a detenernos y orar. Esto es muy bueno, y por razones prácticas y espirituales. Más aun, al insistir en que cada miembro del grupo de discusión está obligado a realizar una declaración inicial sustantiva, evita la posibilidad de que los participantes más articulados y extrovertidos puedan dominar la conversación. Del lado negativo, pienso que el control ajustado sobre el diálogo y la hiperinsistencia sobre la escucha mutua, tornaron las cosas un poco forzadas y obviaron el intercambio verdadero, la argumentación y la vinculación con los temas. Tal vez fue bueno que tuviéramos una proporción suficiente de escucha entre nosotros en la primera rueda, pero espero que pueda plantearse cierto desacuerdo creativo en esta oportunidad.      

Dicho todo esto, parto a Roma con verdaderas ganas y entusiasmo. ¿Podría pedirles que por favor oren por los cientos de nosotros que nos estaremos reuniendo en la Sala de Audiencias Pablo VI, para escuchar, hablar, debatir y decidir —todo ello bajo la atenta mirada del sucesor de Pedro?