Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility
Bishops in a crowd

Algunos Pensamientos Luego de Regresar de la Segunda Sesión del Sínodo

November 5, 2024

Compartir

Regresé hace unos pocos días de la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad en Roma, y confesaré sentirme un poco exhausto. Como he comentado antes, el sínodo dura cuatro semanas completas y las jornadas de trabajo son intensas. Entonces, si bien fue, de seguro, una rica experiencia, estoy contento de que haya terminado y contento de estar en casa. Quisiera compartir con ustedes algunas impresiones y evaluaciones generales de la experiencia y también revisar algunos temas particulares que fueron discutidos en el documento final del sínodo.    

La segunda sesión del sínodo fue un adelanto por sobre la primera en la medida en que regresó con mayor foco sobre el tema que debía ponerse en consideración —esto es, la sinodalidad misma. La primera sesión el pasado octubre tuvo una característica de omnium gatherum, ya que se pusieron sobre la mesa temas como la llegada a la comunidad LGBT, la ordenación de mujeres, el matrimonio de los sacerdotes y la reforma eclesiástica. Al dejar estos temas a un costado, el papa nos permitió concentrarnos en el tema en cuestión. Muchas veces durante los últimos dos años, la gente me ha preguntado lo que significa “sinodalidad”. Las conversaciones que tuvimos alrededor de las mesas y en las sesiones plenarias este año, me ayudaron a aclarar mi propio pensamiento en la materia. Muy a menudo, incluso los defensores de la sinodalidad, recurren a vagas generalidades y clichés —“caminar juntos”, “ir a los márgenes”, “escuchar”, etc.— cada vez que intentan explicar el término. Cuando en verdad nos aproximamos a él, llamamos “sinodalidad”, en primer lugar, al ejemplo concreto, consciente e institucional de permitir mayor participación del pueblo de Dios, especialmente de aquellos cuyas voces no se han escuchado típicamente, en los procesos de elaboración y toma de decisiones. Segundo, nos referimos al establecimiento de protocolos en lo referido a responsabilidad y transparencia en el gobierno de la Iglesia.       

De este modo, la sinodalidad representa una ejemplificación práctica de la eclesiología communio, que surge de los documentos del Vaticano II y la enseñanza de los papas postconciliares. Porque es un llamado a todos los bautizados para tomar responsabilidades auténticas en la vida de la Iglesia. La gran mayoría de las conversaciones e intervenciones en el sínodo versaron sobre el desarrollo de esta idea. Por consiguiente, hablamos de consejos parroquiales, consejos pastorales diocesanos, consejos financieros, comisiones revisoras, mayor involucramiento de mujeres en la formación de los seminarios, un renovado compromiso de asesoramiento ecuménico, organización de sínodos locales, establecimiento de protocolos de responsabilidad, etc. Todo esto, en mi opinión, es saludable, y estoy contento de que el sínodo lo haya incentivado. Un punto que planteé frecuentemente es que la mayoría, sino todo esto, ya se está implementando en la Iglesia de Estados Unidos. Así que, de cierta manera, las conversaciones del sínodo se orientaron hacia que, lo que aquí damos por sentado, se concrete más ampliamente alrededor del mundo.   

Estaré agradecido por el resto de mi vida de la oportunidad de haber tenido esta vívida experiencia de la universalidad de la Iglesia.

Otra característica del sínodo fue la exposición de la vigorizante complejidad de la Iglesia Católica. Hubo alrededor de cuatrocientas personas participando en las pláticas, quienes venían de los seis continentes habitados. Aunque prestaras la mínima atención, sería prácticamente imposible persistieras en una mirada estrecha. El estilo africano no es el estilo asiático; los latinoamericanos enfrentan problemas diferentes a los norteamericanos; el sur de Europa no es, decididamente, el norte de Europa; una persona de Ucrania experimenta la liturgia de un modo totalmente diferente a una persona de Timor Oriental; etc. Mi amigo John Allen, el experimentado vaticanista, observó una noche durante una cena, que es posible diferenciar con solo un vistazo a un obispo que ha participado de un sínodo de uno que no: el primero está más en sintonía con la Iglesia internacional que el último. Estaré agradecido por el resto de mi vida de la oportunidad de haber tenido esta vívida experiencia de la universalidad de la Iglesia.    

Sin contradecir nada de lo antes dicho, me gustaría compartir algunos puntos generales de preocupación que tuve durante ambas sesiones del sínodo. Primero, al enfocarse con entusiasmo en el asunto de convocar a laicos al gobierno interno de la Iglesia, el sínodo tendió a pasar por alto el rol que juega el 99 por ciento de los laicos —esto es, la santificación del mundo. Los padres conciliares del Vaticano II enseñaron que la esfera propia de actividad de los laicos es el saeculum o el orden secular —lo que equivale a decir, el ámbito de las finanzas, los negocios, el entretenimiento, el periodismo, la familia, la educación, etc. Formados por los Evangelios, tienen que actuar en estas áreas con intención de Cristificarlas, utilizando sus habilidades particulares para llevarlas a una mayor identificación con el reino de Dios. Es por tanto bueno que se incluya a laicos, tanto varones y mujeres, en las estructuras de gobierno de la Iglesia, pero deberíamos estar preocupados, por sobre todas las cosas, con la formación de esa aplastante mayoría de laicos que realizarán su sagrado trabajo en el saeculum —lo que, pensando en esto, no sería un mal tema para un futuro sínodo. De acuerdo con la prioridad sostenida a menudo por el Papa Francisco, deberíamos encontrar nuevas formas de ser un Iglesia que “sale de sí misma”. Tuve la fuerte impresión de que la preocupación del sínodo fue, por el contrario, ad intra, dirigida hacia la vida interna de la Iglesia.  

Una preocupación relacionada tiene que ver como la perpetuación e intensificación de la sinodalidad misma. Muchas veces durante estos dos años, los miembros del sínodo propusieron el establecimiento de estructuras de sinodalidad en todos los niveles de la vida de la Iglesia y que incluso se propiciaran consultas cada vez más amplias. No lo sé. En un momento durante los debates, dije, “quisiera comunicar mi Ratzinger interior”, y compartí la siguiente historia. Cuando Joseph Ratzinger abandonó el consejo editorial del periódico Concilium a fines de los sesenta, dio una serie de razones para la ruptura. Una de ellas fue que el propósito explícito de Concilium era perpetuar el espíritu del Vaticano II y Ratzinger sintió que eso era erróneo. Les advierto, esto no era porque tuviera nada contra el Vaticano II —después de todo, él fue un importante colaborador en la elaboración de los documentos conciliares— sino porque sentía que la Iglesia debía abandonar los concilios y sínodos con una sensación de alivio. Algunas veces, la Iglesia debe lanzarse a la incertidumbre y resolver algunos asuntos de importancia, pero habiéndolo hecho, regresa a su trabajo esencial de evangelización, adoración a Dios y servicio a los pobres. Permanecer para siempre en la actitud de un concilio —cuestionando, conversando, evaluando, valorando, discutiendo, etc.— es caer en una especie de parálisis eclesiástica. Así que, aun cuando reconocemos la legitimidad de ciertas prácticas y estructuras sinodales, ¿podríamos compartir una saludable sospecha Ratzingeriana sobre la burocracia, la cual podría volverse frondosa y esclerótica?  

El sínodo tendió a pasar por alto el rol que juega el 99 por ciento de los laicos —esto es, la santificación del mundo.

Quisiera finalmente abordar dos cuestiones muy particulares que se debatieron durante el sínodo y que aparecen, con cierta ambigüedad, en el documento final. El primero es la ordenación de mujeres al diaconado. La propuesta de permitir el acceso de las mujeres al diaconado fue efectivamente elevada en la primera sesión del sínodo pero posteriormente el papa la consignó a un grupo de estudio y la quitó de la agenda para el segundo ciclo. El verano pasado, durante una entrevista televisiva, el Papa Francisco afirmó claramente que las mujeres no serían admitidas a los rangos de ordenación, dejando abierta la posibilidad de que podrían aspirar a un ministerio de servicio similar, de algún modo, al diaconado. Esta determinación fue reafirmada por el Cardenal Fernández, el prefecto para el Dicasterio de la Doctrina de la Fe, en el comienzo de la segunda sesión del sínodo. Pero luego un número de delegados sinodales expresaron su descontento con la presentación del cardenal y lo instaron en privado a permitir que el tema se discutiera más exhaustivamente. Consecuentemente, en el documento final, se afirma que el acceso de las mujeres a la ordenación diaconal permanece como “una cuestión abierta”. Ahora bien, un número de nosotros estuvimos disconformes con esta formulación, ya que si se la interpreta de modo directo, lo coloca al Papa Francisco en abierta confrontación con Juan Pablo II quien, tan claro como es posible, afirmó que la Iglesia no tiene poder para admitir mujeres a las Órdenes Sagradas. Dado lo que el Papa Francisco ha afirmado a menudo, pienso que nunca tomaría esa dirección, ya que esa decisión provocaría una crisis eclesiológica. Pero la formulación da la impresión de que podría, y eso es problemático. Pienso que la interpretación correcta de esa frase controversial es simplemente que diferentes formas de ministerios de servicio sin ordenación, análogos al diaconado, están todavía bajo discusión.      

El segundo problema apuntado es el de la autoridad doctrinal de las conferencias episcopales. Hubo en el sínodo varios defensores del Synodaler Weg (Camino Sinodal) alemán, y para su crédito, no hicieron ningún intento de ocultar sus intenciones. Una propuesta fue otorgar a las conferencias episcopales locales la autoridad, al menos hasta cierto grado, de realizar resoluciones doctrinales. Cuando la sugerencia apareció en el Instrumentum Laboris de la segunda sesión, un gran número de nosotros nos opusimos, porque estábamos temerosos de que a dicho cambio siguiera el caos. ¿Sería, por ejemplo, el matrimonio gay permisible en Alemania pero un pecado mortal en la vecina Polonia, celebrado en Canadá pero considerado como escandaloso en Nigeria? El documento final habla de la capacidad de las conferencias episcopales de articular la única fe de manera adecuada e inculturada. ¿Significa esto que podrían aplicar pastoralmente la enseñanza inmutable de la Iglesia, o que pueden adaptar la enseñanza a diferentes escenarios culturales? Si es esto último, ¿en qué se convertiría la unidad de la Iglesia en doctrina y práctica? La ambigüedad misma de la formulación provocó que un número de nosotros se sintiera intranquilo con ella.            

Cuando comenzó el proceso sinodal tres años atrás, algunos se preocuparon porque pudieran cambiar enseñanzas morales esenciales de la Iglesia. Ninguno de esos temores se hizo realidad. El sínodo, bajo la guía del Santo Padre, llegó a ciertas determinaciones prácticas en relación con el modo en que se toman las decisiones y se garantizan las rendiciones de cuentas —y tal como dije, todo esto es bueno. No cambió nada respecto a la doctrina y la moral. La razón de la estabilidad y éxito del sínodo es el Espíritu Santo. Algo que me conmovió durante las dos sesiones fue la preeminencia de la oración. Rezamos al comienzo de cada día; nos detuvimos para orar cuatro minutos cada aproximadamente media hora durante nuestras discusiones; comenzamos cada módulo del sínodo con una Misa solemne ante el altar de la Cátedra; tuvimos una sesión de oración ecuménica particularmente hermosa, una noche en el sitio de la crucifixión de Pedro; y cerramos con una Misa magnífica bajo el recién restaurado baldaquino en la Basílica de San Pedro. Nada de esto fue meramente decorativo; todo correspondió a la esencia de la experiencia sinodal. El Espíritu nos guio donde quiso que fuéramos, y evitó que nos apartáramos del recto camino.