Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility
Candles Burning

Adentrándose en el Ámbito Espiritual de Juan el Bautista

November 23, 2022

Compartir

Uno de mis lugares favoritos del mundo es la gran Catedral de Chartres, situada aproximadamente a una hora en tren al sur de París. Representa en mi opinión la expresión más rica de la arquitectura Gótica, y el Gótico es, nuevamente en mi opinión, el tipo de arquitectura más evocativo de la religiosidad. Cuando era estudiante de doctorado en París hace muchos años, viajaba a Chartres tan seguido como podía, y cada vez que me aproximaba al edificio, no lo hacía a la manera de un turista, sino como alguien que busca y llega al final de una peregrinación.

Chartres es famosa, por supuesto, por sus trascendentalmente hermosos vitrales, pero también hace gala de tener esculturas que retratan de modo exquisito a cientos de personajes bíblicos. En el pórtico norte de la catedral, hay una estatua que disfruto en particular. Es una representación de Juan el Bautista, y lo muestra como una persona demacrada (después de todo, la Biblia nos dice que comía langostas y miel silvestre) sosteniendo una imagen del Cordero de Dios. Pero lo que es más llamativo en la escultura es la cara del Bautista. Muestra una expresión que denota una mirada dolorida, anhelante de algo que no tiene pero que desea. Algunos de los santos que rodean a la Catedral de Chartres parecen dichosos, en posesión ya del gran bien que han anhelado. Pero no es el caso de Juan el Bautista. Él todavía ansía, añora, desea. 

Chartres Cathedral sculpture of John the Baptist

Y esto lo convierte, por excelencia, en un santo de Adviento. Este tiempo sagrado, por supuesto, nos trae a la memoria la venida (adventus) de Jesús a la historia, pero también anticipa la llegada del Señor en la culminación de los tiempos, ese tiempo en que, como lo expresa San Pablo, “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28). Este cumplimiento, como es obvio, no ha sucedido aún, ya que el mundo todavía está plagado de guerras, hambrunas, inundaciones, terremotos y pandemias. Y nuestras vidas aun están signadas por depresión, caídas, pecados y planes frustrados. Nada de esto contradice el hecho de que la creación de Dios es buena, pero confirma la intuición de que la vida es, como lo expresa el Salve Regina, un “valle de lágrimas”. Todos nosotros, por tanto, lucimos la expresión de Juan el Bautista de Chartres: a la vez el intenso deseo y la ausencia del bien.

¿Podría sugerir algunas prácticas para todos nosotros que somos personas de Adviento, durante estas próximas semanas? Primero, deberíamos profundizar nuestra vida de oración. Como nos dijo Juan Damasceno largo tiempo atrás, rezar es “elevar la mente y el corazón a Dios”. Es estar cuidadosamente conscientes de Dios, entregados a él. Aun si luciéramos una expresión un poco angustiada, deberíamos tornar con determinación nuestros rostros hacia Dios, y mientras rezamos, deberíamos permitir aflorar nuestro anhelo de Dios. C. S. Lewis nos dijo que el anhelar el corazón de Dios —que es un auténtico sufrimiento— se llama apropiadamente “gozo”. La oración, en cierto modo, es cultivar precisamente esa sublime forma de gozo. Una de las mejores formas de practicar esta forma de atención espiritual es ocupar una hora o media hora ininterrumpida en la presencia del Santísimo Sacramento.  

Todos nosotros lucimos la expresión de Juan el Bautista de Chartres: a la vez el intenso deseo y la ausencia del bien.

Una segunda sugerencia para el Adviento: válganse del mundo con liviandad. La razón por la que nos sentimos angustiados espiritualmente es que ese deseo profundo de nuestro corazón no puede ser satisfecho por ningún bien meramente del mundo. Buscamos algo más allá de nuestra comprensión y capacidad precisamente porque nos damos cuenta, consciente o inconscientemente, que el hambre del alma no puede satisfacerse con ninguna cantidad de estima, riqueza, poder o placer. La consecución de cualquiera de estos bienes produce una felicidad momentánea seguida por una decepción, una desilusión. No debemos permitir que esta verdad nos deprima; por el contrario, nos debe conminar a adoptar la postura que los maestros espirituales llaman “desapego”. Esto significa disfrutar de la riqueza y luego dejarla ir; utilizar el poder para el bien pero no aferrarse a él; aceptar el honor y que no nos importe una pizca. Se trata de adoptar la actitud que San Ignacio de Loyola llama “indiferencia”. El adviento es un tiempo privilegiado para practicar esta virtud. 

Una tercera y última sugerencia: deberíamos dedicarnos a realizar una de las obras de misericordia corporales. Estos actos —alimentar al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, socorrer a los presos, etc.— son actos concretos de amor. Es bastante sencillo para las personas religiosas hablar de amor de un modo abstracto, pero amar significa desear el bien del otro. Por lo tanto, es algo denso, auténtico, particular, que se palpa. Y el cielo —ese gozo final que anhelamos— no es otra cosa que amor, amor en el sentido más pleno posible, amor sin límites. Aquino dice que en el cielo, la fe se desvanecerá (ya que veremos a Dios cara a cara) y la esperanza desaparecerá (ya que habremos obtenido lo que esperábamos), pero el amor permanecerá (ya que el cielo es amor). Así que, cuando amamos a alguien aquí abajo, aun en la forma más sencilla, anticipamos nuestro regreso al terruño, estimulamos nuestro intenso deseo del cielo. 

Entonces, mientras nos movemos hacia el ámbito espiritual de Juan el Bautista, mientras nos adentramos en el tiempo de Adviento, deberíamos rezar, deberíamos soltar y deberíamos realizar obras de misericordia.