Amigos, el Evangelio de hoy es la historia del pobre Lázaro, que estaba sentado afuera de la puerta de la casa de un hombre rico y “que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico”. El hombre rico no aparece nombrado y eso es muy interesante. En el mundo antiguo, los ricos y poderosos eran aquellos que merecían que sus nombres fueran mencionados. ¿Y cuáles eran los nombres no eran mencionados? Los de los pobres y marginados. Así que lo que está ocurriendo en este relato es un cambio inverso muy interesante.
Y conocemos bien el resto de esta historia, ¿verdad? Día tras día, el hombre rico pasa junto a Lázaro, entrando y saliendo de su casa. Cuando Lázaro muere, es llevado al “seno de Abraham”. Pero el hombre rico muere y lo llevan al inframundo. De nuevo otro revés. Uno esperaría que Dios haya bendecido a los ricos y poderosos y haya maldecido a los pobres y sin esperanza. Pero no es así como la Biblia imagina esta situación. Es Lázaro quien es llevado al Paraíso y el hombre rico es llevado hacia abajo.
Aquí vemos lo revolucionario de la Biblia, ya que invierte nuestras expectativas. ¿Cuánto podemos decir que nos preocupamos por los pobres? ¿Podemos nombrarlos, o es que para nosotros, como para los pueblos antiguos, son sólo gente sin nombre que sufre? ¿Estamos comprometidos a ayudar a estas personas realizando obras de misericordia corporales?