Please ensure Javascript is enabled for purposes of website accessibility
Bishop Barron giving ashes on Ash Wednesday

¡Que la Cuaresma sea la Cuaresma!

February 13, 2024

Compartir

Dos cosas aparecieron en la pantalla de mi radar esta semana, mientras comenzamos el tiempo sagrado de Cuaresma. La primera fue un video corto sobre una fiesta de baile que se realizó (no lo estoy inventando) en la Catedral de Canterbury en Inglaterra. El clip mostraba cientos de jóvenes girando al ritmo de la palpitante música bailable, vasos de cerveza en sus manos mientras las luces destellaban a su alrededor. Podía verse con claridad encima de ellos el techo de la catedral decorado espléndidamente y esfumándose en el fondo la atrapantemente hermosa nave gótica. Por haber visitado la Catedral de Canterbury muchas veces, sabía que no muy lejos de donde se desenvolvía la escena de discoteca, estaba el lugar en que Santo Tomás Becket fue asesinado por los enviados del Rey Enrique II en 1170. En otras palabras, los administradores actuales de la catedral pensaron que estaba bien que muy cerca del lugar en donde dio su vida por la fe uno de los santos más grandes de Inglaterra, se desarrollara una fiesta bailable. El decano de la catedral, Dr. David Monteith dijo, “Ya sea que la gente elija venir a la Catedral de Canterbury fundamentalmente como devotos, turistas o asistentes a nuestros eventos —que incluyen conciertos de música clásica, obras de iluminación y sonido y talleres de artesanías— siempre es placentero verlos descubrir este lugar increíble de nuevo y en sus propios términos”. ¡Pero por favor!  

El asunto esencial es, por supuesto, que las catedrales no están destinadas a ser apreciadas “en nuestros propios términos”. Estás destinadas a introducirnos en la contemplación de un mundo más elevado. Están diseñadas para desorientarnos y obligarnos a ver las cosas de un modo diferente. Cuando permitimos que una fiesta bailable tenga lugar dentro de un recinto sagrado, literalmente desacralizamos el lugar, lo convertimos en no sagrado. Los miles y miles de peregrinos que visitaron la Catedral de Canterbury a lo largo de los siglos para acudir a la tumba de Santo Tomás Becket estaban buscando acceder a la dimensión mística que se descubre más allá de este mundo. Venían de los reinos corrientes del comercio, la agricultura, el entretenimiento y la familia, y sabían que retornarían a ese reino luego de su peregrinación. Pero también sabían que la iglesia era algo más, algo extraño y atrayente, y es seguro que no lo hubieran querido ver transformado en campos de cultivo ni en calles de poblado ni en un indecente salón de baile. 

No todo en el orden religioso tiene que ser alegre y optimista.

San Juan Damasceno dijo que la oración es “elevar la mente y el corazón a Dios”, y la Iglesia enseña que la cuaresma es, por excelencia, un tiempo de oración. Cultivemos entonces, durante este tiempo sagrado, el “espacio de catedral” en nuestras vidas; por favor no permitamos que lo secular y lo ordinario domine dicho espacio.

El segundo elemento con el que me topé fue un aviso del miércoles de Cenizas en una iglesia Católica. Junto a un símbolo que representaba una señal de la cruz con cenizas, decía, “Las cenizas indican que tú perteneces”. Ahora, no me malinterpreten. Estoy seguro de que quienes colocaron ese aviso sólo tenían buenas intenciones, y no hay nada de malo en que la gente se sienta bienvenida. Pero una vez más, ¡por favor!… Cuando el sacerdote o el ministro colocan las cenizas sobre la frente de alguien, le dicen o bien “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” o “Arrepiéntete y cree en la Buena Noticia”. En otras palabras, las cenizas no están concebidas para ser un signo de bienvenida. Sino que son el recordatorio más crudo posible de que moriremos y nuestros cuerpos, incluso si son jóvenes y hermosos, regresarán inevitablemente a la tierra y que somos pecadores que nos hemos rebelado contra Dios y que necesitamos dar un vuelco radical a nuestras vidas. En una palabra, las cenizas son oscuras, alarmantes, lúgubres —y están concebidas para ser así. 

La Iglesia del tiempo en que me convertí en adulto —lo que es decir, la Iglesia inmediatamente después del tiempo del concilio— era, si pudiera decirlo de esta forma, implacablemente positiva. Alegría, paz, el amor y el perdón de Dios, la bondad de todas las cosas, la vida eterna —estas eran las cosas de las que hablábamos, cantábamos o sobre las que insistíamos exclusivamente. Y todas esas cosas son efectivamente centrales a la Biblia y la gran tradición espiritual. Pero también lo son el sufrimiento, el fracaso, el juicio y la exigencia de Dios, la fragilidad del mundo, la profunda y sufriente resistencia a Dios, etc. Los desafiaría a leer dos páginas cualesquiera de la Biblia, sea el Antiguo o el Nuevo Testamento, sin encontrar esta cara más oscura de nuestra religión. La Cuaresma es un tiempo privilegiado durante el año litúrgico en el que somos animados a lidiar con nuestro pecado, nuestra mortalidad, nuestra debilidad moral y nuestra necesidad de perdón. Creo que ese aviso me resultó tan poco atractivo debido a que confundía el mensaje de la Cuaresma e interfería con la dinámica espiritual apropiada de este tiempo. No todo en el orden religioso tiene que ser alegre y optimista. En razón de verdad, pienso que un motivo por el que tantos se desvinculan de la Iglesia es que nuestra presentación de la fe se ha vuelto superficial, irreal, artificialmente amable.

Así que, mientras nos introducimos en estos cuarenta días, les digo, “¡Que la Cuaresma sea la Cuaresma!”.