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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos dice: “El Padre está en Mí y Yo estoy en el Padre”.

Charles Williams ha dicho que la idea maestra del cristianismo es la “coinherencia”, un residir mutuo. Si desean ver esta idea en concreto, miren las páginas del Libro de Kells, una obra maestra de la antigua iluminación cristiana. Líneas entrelazadas, diseños girando entre sí, juegos de plantas, animales, planetas, seres humanos, ángeles y santos. Los alemanes lo llaman Ineinander (uno en el otro).

¿Cómo nos identificamos a nosotros mismos? Casi exclusivamente a través de nombrar relaciones: somos hijos, hermanos, hijas, madres, padres, miembros de organizaciones, miembros de la Iglesia, etc. Es posible desear estar solos, pero nadie ni nada es finalmente una isla. Coinherencia es de hecho el nombre del juego, en todos los niveles de la realidad.

Y Dios, que es la realidad principal, es una familia de relaciones coinherentes, cada una marcada por la capacidad de entrega de Sí mismo. Aunque Padre e Hijo son realmente distintos, están totalmente implicados entre Sí por un acto mutuo de amor.

La sorprendente buena noticia es que Jesús y el Padre nos han invitado a entrar plenamente en su divina coinherencia. Podemos participar del amor entre el Padre y el Hijo, que se llama “Espíritu Santo”.