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Amigos, hoy en el Evangelio, Jesús nombra a doce apóstoles “para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar”.

Santa Teresa de Lisieux nos dice que se empeñó en escribir sus memorias espirituales por sugerencia de su hermana, que también era religiosa y su superiora, a la que estaba obligada en obediencia. Después de orar para que no dijera nada que desagradara a Cristo, tomó el Evangelio de Marcos y sus ojos se posaron en estas palabras: “Subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia Él”.

Este versículo, dice ella, es clave para interpretar su vida, porque describe la forma en que Cristo ha obrado en su alma: “No llama a los dignos, sino a los que quiere”. La suya fue una historia de un amor divino, que desea misericordiosamente el bien del otro, que despierta una reacción imitativa en el amado.

No es una narración de intercambio económico —recompensa por dignidad— sino del círculo de la gracia, del amor inmerecido que engendra amor desinteresado, la vida divina propagándose en el otro.