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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús cura a un leproso que se había postrado ante Él.

Para los judíos de la Biblia, la lepra era especialmente aterradora. Según el Levítico, el leproso era expulsado de la comunidad, obligado a gritar “¡inmundo, inmundo!” para advertir a otros que se alejaran de él. La ostracización social fue probablemente más severa que cualquier sufrimiento físico provocado por la enfermedad, especialmente en el momento en que dependía tan íntimamente del apoyo de los demás para sobrevivir.

Ahora bien, sin negar esta lectura más “externa”, me gustaría seguir a los padres de la Iglesia que propusieron otro tipo de interpretación, más hacia el “interior”. ¿Qué parte tuya se ha vuelto leprosa? ¿Cuál parte está siendo llamada a la intimidad con Cristo?

Observen la dinámica de curación en esta historia. El hombre leproso viene a Jesús, se postra y pide ser sanado. No hay ningún ejemplo de curación en el Nuevo Testamento que no implique algún tipo de sinergia entre Jesús y la persona que se cura.

Lo que haya en ti que necesite curación debe venir y postrarse ante Cristo y pedir ser recibido. Y, por supuesto, que Él quiere sanar. Para ello ha venido.