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Amigos, en el Evangelio de hoy el Señor reconoce a Judas como traidor. Y después de esto, realiza su mayor maravilla.

En el transcurso de la cena, Jesús se identifica tan radicalmente con el pan y el vino de la Pascua que se convierten en Su Cuerpo y Su Sangre. Como el pan partido, dice el Señor, Su Cuerpo será entregado con amor; y como el vino derramado, Su Sangre será derramada en nombre de muchos.

¿Cómo termina esta terrible reunión? ¡Ellos cantan! San Mateo nos dice: “Entonces, después de cantar los Salmos, salieron al Monte de los Olivos”. ¿Te imaginas a un criminal condenado cantando alegremente en la víspera de su ejecución? ¿No habría algo extraño, incluso macabro, en tal demostración?

Pero Jesús sabe, y Su Iglesia con Él, que este estallido de alegría, precisamente en ese horrible momento, es totalmente apropiado. Esto no es para negar por un momento el terror de esa noche, ni la seriedad de lo que seguirá al día siguiente; pero es reconocer que un acto de amor total es el paso a la plenitud de la vida.