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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús instruye a los discípulos en el camino a Emaús. ¿Alguna vez has intentado resolver un rompecabezas y luego te sorprendió ver que las diversas piezas de repente encajaban en su lugar? Bueno, esto es lo que les sucede a los discípulos cuando Jesús comienza a hablar: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Todo el cristianismo está aquí en juego. 

Los discípulos no lo entendieron al principio. No entendieron el misterio, la clave, el secreto, el signo. ¿Y cuál era la clave? El amor abnegado de Dios, incluso hasta llegar a la muerte. El acto de Dios de tomar sobre sí los pecados del mundo para quitarlos, el misterio de la redención a través del sufrimiento. 

Jesús explica esto primero en referencia a los profetas; pero luego, se lo presenta de la manera más clara posible: “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se los dio”. Y fue entonces cuando las piezas encajaron en su lugar, fue entonces cuando se resolvió el rompecabezas. La Eucaristía hizo presente este amor hasta la muerte, este amor que es más poderoso que el pecado y que la muerte. La Eucaristía es la clave.