Amigos, en nuestro Evangelio de hoy, extraído del relato que realiza San Juan, Jesús muestra a sus discípulos las heridas de la crucifixión y luego les ofrece shalom (paz). La yuxtaposición de las heridas y el shalom conlleva poder. Las heridas por sí solas nos dejarían asustados, y convencidos de nuestros pecados, pero no brindan una salida. El shalom solo nos dejaría con cierta gracia barata, una salida demasiado fácil.
Y es precisamente por eso que, inmediatamente después de pronunciar esa palabra y mostrar esas heridas, Jesús envía a los discípulos en misión de perdón: “Sopló sobre ellos y añadió ‘Reciban al Espíritu Santo’. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
La Iglesia recibe su misión e identidad esencial como portadora del perdón divino. Se nos ha confiado brindar el shalom de Jesús a un mundo caído y sin esperanza. Y no es gracia barata lo que compartimos. También participamos en la misión de Jesús de mostrar sus heridas. La Iglesia se niega a dar explicaciones o excusas o llamar al pecado con otro nombre.