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Amigos, esto es lo curioso de la Trinidad: al mismo tiempo, es la más extraordinaria y la más común de las doctrinas cristianas, al mismo tiempo la más inaccesible y la más evidente.

Por un lado, existe un lenguaje técnico muy desarrollado sobre este gran misterio. Por otro lado, el católico más común, simple y regularmente invoca la Trinidad cada vez que se persigna.

Nuestro Evangelio para el Domingo de la Trinidad está tomado del final del Evangelio de Mateo. El Señor resucitado y glorificado habla al nuevo Israel de la Iglesia: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Este no es un profeta ordinario hablando. Esta es la mismísima Palabra del Padre, la mismísima huella propia del Padre. 

Jesús luego les dice que vayan y hagan el trabajo de hacer discípulos, de atraer a las personas a la dinámica misma de la vida divina. Ahora, cómo todo encaja teóricamente es una pregunta fascinante, pero no debemos permitir que el lenguaje arcano de la teología oscurezca el significado revolucionario de la Trinidad: que es un llamado a la misión, un llamado a la acción.