Amigos, el Evangelio de hoy es una versión breve de las bienaventuranzas. Primero se nos dice: “Bienaventurados los pobres”.
Notamos que no está la moderación ofrecida por Mateo (“pobres de espíritu”), sino una afirmación simple y directa de la bendición de ser pobre. ¿Cómo interpretamos lo que parece prima facie una glorificación de la pobreza económica? Permítanme proponer lo siguiente: “Qué suerte tienes si no eres adicto a las cosas materiales”. Uno de los sustitutos clásicos de Dios es la riqueza material, la acumulación de “cosas”.
La libertad y plenitud del desapego probablemente no se expresen mejor que en el hermoso mantra de Juan de la Cruz: “Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada. Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada. Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada”.
Esta cuádruple negación no es otra cosa que la más profunda afirmación. Al final de cuentas, es ver el mundo tal como es, y no a través de la lente distorsionadora de la codicia y el egoísmo.