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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús elige a los Doce a quienes nombra Apóstoles.

En el ábside de la iglesia de San Clemente en Roma hay un hermoso mosaico del siglo XII que ilustra la llamada de los Doce. En el centro de la obra está Jesús crucificado. Alrededor de la cruz hay doce palomas, que simbolizan a los Apóstoles que volarán alrededor del mundo con el mensaje de salvación.

A ninguna figura bíblica se le ha dado jamás la experiencia de Dios sin recibir, al mismo tiempo, una misión. Moisés ve la zarza ardiente, escucha el nombre sagrado de Yahvé y luego se le dice que regrese a Egipto para liberar a su pueblo; Isaías disfruta de un encuentro con Dios en medio del esplendor de la liturgia del templo y luego es enviado a predicar; Saulo se siente abrumado por la luminosidad de Jesús resucitado y posteriormente es llamado al apostolado.

Ahora bien, los Apóstoles no son simplemente un recuerdo lejano, más bien viven a través de lo que llamamos sucesión apostólica. Por tanto, la apostolicidad de la Iglesia es nuestra garantía de que, a pesar de tantos desarrollos y cambios experimentados a lo largo de los siglos, seguimos conservando la fe que se encendió por primera vez en ese grupo de amigos de Jesús.