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Amigos, nuestro Evangelio de hoy nos coloca en un terreno muy santo, ya que presenta la Palabra de Dios mismo diciéndonos lo que está en el corazón de la ley. Los fariseos plantean, como si fuera un juego, la siguiente pregunta: “¿Cuál mandamiento de la ley es el mayor?” Era un ejercicio favorito de los rabinos buscar el “canon dentro del canon”, la ley que de alguna manera aclaraba toda la ley.

Jesús da su conocida respuesta: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y principal mandamiento. El segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Finalmente, se trata de amor, y el amor a Dios y al prójimo están indisolublemente unidos el uno al otro. Si seguimos la ley, pero no amamos, estamos perdiendo el tiempo. Si amamos a Dios, pero odiamos a nuestro prójimo, estamos también perdiendo el tiempo.

¿Por qué los dos amores están tan estrechamente conectados? Porque Jesús no es solo Dios. Él es Dios-hombre, aquel en quien la divinidad y la humanidad se unen. Por lo tanto, es imposible amarlo como Dios sin amar a la humanidad que ha creado y abrazado.