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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús usa las imágenes de la sal y la luz para mostrar cómo debemos llevar la salvación al mundo. En nuestra cultura individualista, tendemos naturalmente a pensar en la religión como algo diseñado para enriquecernos o mejorar nuestras vidas. Si bien hay en ello algo cierto, en la lectura bíblica, la religiosidad es como la sal, la luz, también como una ciudad elevada: no está destinada a uno mismo, sino a los demás.

Quizás podamos unir estas dos visiones diciendo que encontraremos la salvación para nosotros precisamente en la medida en que llevemos la vida de Dios a otros. El tema aquí es que ser seguidor de Jesús es estar destinado a ser sal, algo que efectivamente preserva y realza lo mejor de lo que nos rodea. Disminuyendo efectivamente lo disfuncional en la cultura circundante.

También debemos ser luz para que aquellos que nos rodean lleguen a ver lo que vale la pena ver. A través de la calidad e integridad de nuestras vidas, debemos brindar luz, iluminando lo bello y revelando lo feo. Una clara afirmación es que, sin cristianos fervientes, el mundo es un lugar mucho peor.