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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos dice que Él es la vid, y nosotros las ramas que deben permanecer en Él. Si nosotros mismos no participamos en Jesús perdemos el poder espiritual que Él nos vino a revelar.

El Evangelio de Juan es una indicación de ello. Jesús no quiere adoradores sino seguidores, o mejor aún, partícipes: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en Mí, y Yo en él, da mucho fruto, porque separados de Mí, nada pueden hacer”.

Las bellas imágenes que presenta Juan tienen la intención, a mi parecer, de comunicar el poder de la Encarnación para cambiar la vida: el Logos se hizo carne, nuestra carne, para permitir que la energía divina nazca en nosotros.

Gran parte de esto se resume en aquel adagio patrístico, repetido a menudo, de que Dios se hizo humano para que los humanos se conviertan en Dios. Muchos de nuestros grandes teólogos y maestros espirituales hablan inconscientemente de la “divinización”, es decir, compartir la simbiosis de la Encarnación como objetivo adecuado de la vida humana.