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Amigos, el Evangelio de hoy nos dice que muchos discípulos dejaron al Señor por haber dicho que no tendrían vida a menos que comieran su Carne y bebieran su Sangre.

¿Por qué es que el don de la Eucaristía ha sido, desde el principio, una fuente de disputas? ¿Por qué es que desde el tiempo de Jesús hasta nuestros días hemos estado en medio de contiendas por ello? ¿No debería ser la base de nuestra unidad y alegría más profunda? En realidad, sí. Pero no podemos pasar por alto el hecho de que siempre han habido divisiones, tal como Jesús mismo causó división en la gente: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”.

Cuando escucharon a Jesús exponer la enseñanza Eucarística con tanta fuerza, muchos de ellos lo abandonaron. De hecho, tantos se fueron que Jesús preguntó a los discípulos: “¿También ustedes quieren irse?” Uno tiene la sensación de que en ese momento toda la Iglesia, todo el proyecto cristiano, estaba en juego. Y qué maravilloso lo que Pedro responde, tal como lo hizo en otra parte de los Evangelios a otra de las preguntas de Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. Esta es la gran respuesta católica, punto de articulación, y punto cardinal.