Amigos, en el Evangelio de hoy el Señor nos dice que el segundo mandamiento es amar al prójimo como a uno mismo.
El amor no es principalmente un sentimiento o un instinto sino más bien un acto de querer el bien del otro como otro. Es un obsequio radical para uno mismo, es vivir por el bien del otro. Ser amable con alguien para que pueda ser amable contigo, o tratar a un ser humano con justicia para que él, a su vez, pueda tratarte con justicia, no es realmente amar, ya que tal conducta equivale a un interés propio, aunque de modo indirecto.
Verdaderamente amar es ir fuera del agujero negro del egoísmo para resistir la fuerza centrípeta que nos obliga a tomar una actitud de autoprotección. Esto significa que el amor reciba la correcta descripción de “virtud teológica”, ya que representa una participación en el amor de Dios.
Como Dios no tiene necesidades, Dios puede solo existir por el bien del otro. Todos los grandes maestros de la tradición espiritual cristiana vieron que solo podemos amar en la medida en que hemos recibido, como una gracia, una participación en la vida, la energía y la naturaleza de Dios.