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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús sana a un ciego. La ceguera física es un símbolo evocador de la terrible ceguera del alma que todos los pecadores experimentamos. Cuando la pusilla anima (alma pequeña) reina, cuando la imago Dei (imagen de Dios) está escondida, vemos solo dentro del estrecho espectro de nuestros temerosos deseos.

El ciego Bartimeo, estaba sentado impotente junto a la carretera en las afueras de Jericó pidiendo limosna y atención. Él expresa el estado de un alma desesperada y oscurecida. Cuando escucha que Jesús de Nazaret está cerca, comienza a gritar: “Hijo de David, ten compasión de mí”. En el idioma griego original las palabras son eleēson me, un hermoso reflejo del grito litúrgico de la iglesia, Kyrie eleison, Señor, ten piedad. Bartimeo vocifera el gemido orante de todo el pueblo de Dios pidiendo por la liberación del encarcelamiento de las almas pequeñas.

Aunque la multitud lo reprende, Bartimeo continúa gritando, hasta que finalmente Jesús lo llama. Esta es la convocatoria que resuena desde lo más profundo del propio ser, la llamada de una Magna Anima (gran alma), la invitación a un renacimiento y reconfiguración. Inspirado por esta voz y convencido de haber descubierto la perla valiosa, el unum necessarium (la única cosa necesaria), Bartimeo se levanta de un salto y se acerca a Jesús.