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Amigos, en el Evangelio de hoy Jesús nos cuenta una parábola que muestra el significado de una vida de bondad y fidelidad. ¿Cómo llegamos a hacer el juicio más importante sobre la calidad de nuestra vida y que tiene que ver no sólo con lo que debemos hacer sino quiénes debemos ser? ¿Cómo sabemos?

En otro momento Jesús nos ha dicho que un árbol se conoce por sus frutos. Y Pablo hace de esto algo muy específico. Nos dice que los frutos del Espíritu Santo son “amor, gozo, paz, paciencia, bondad, generosidad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio”. Da a entender que la presencia del Espíritu en la vida de uno se puede ver por como resplandezcan estas cualidades que expanden el alma.

A menudo he hablado sobre la magna anima (un gran alma) del santo en contraste con la pusilla anima (un alma estrecha) del pecador. Y el fruto del Espíritu puede marcar la diferencia. El amor es querer el bien del otro; la paciencia soporta los problemas; la fidelidad es dedicación a un compañero o amigo; el dominio propio restringe los desastres que el ego puede causar, y así sucesivamente. Todos los frutos del Espíritu son signos de una magna anima expansiva y que mira hacia afuera.