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Amigos, la historia de Zaqueo, narrada en el Evangelio de hoy, es un claro ejemplo de uno de los principios más básicos de la vida espiritual – y es que la reforma moral sigue y no precede la llegada de la gracia.

La mayoría de nosotros estamos atrapados en lo que Thomas Merton llamó “actitud Prometéica”. Esto significa que así como Prometeo tuvo que robar el fuego de los dioses, nosotros tenemos que ganarnos el amor divino viviendo una vida heroica de demandas morales. Pero esto es poner las cosas precisamente al revés. La gracia de Dios es siempre lo que surge primero, y a menudo en forma espontánea e inesperada. Luego produce —con la cooperación del destinatario— una renovación completa.

La descripción de Zaqueo dice que era jefe recaudador de impuestos, lo que significa que, en realidad, era un hombre malo. No merecía la irrupción de la gracia. Pero el Señor aceptó a Zaqueo, aunque era inaceptable.

Y de esta invasión de la gracia vino una reforma moral. El recaudador de impuestos no mereció el amor de Jesús por su demostración de excelencia moral; más bien, su demostración de excelencia moral fue consecuencia del inmerecido amor de Jesús. Entender bien este principio es entender bien prácticamente toda la vida espiritual.