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Amigos, hoy celebramos como fiesta nacional el Día de Acción de Gracias. El cristianismo bíblico insiste en que nuestras vidas deben ser actos de alabanza y gratitud al Creador.

En efecto, tales obligaciones serían onerosas y deshumanizadoras si procedieran de un ser supremo competitivo y necesitado, pero como proceden de Aquel que no puede competir con nosotros y que no necesita nada, de hecho, son liberadoras. La gratitud que ofrecemos al Dios verdadero no es absorbida por Dios, sino que rompe contra la roca de la autosuficiencia divina, redirigiéndola para nuestro beneficio.

En uno de los prefacios de la oración Eucarística del rito romano de la Misa, encontramos esta notable observación dirigida a Dios: “Pues, aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, Tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación”.

Precisamente porque Dios no necesita nuestra alabanza, nuestro acto de gratitud es un regalo; precisamente porque la plenitud de Dios no puede aumentarse, nuestra oración se intensifica y no compromete nuestra participación en el círculo de la gracia.