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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús sana a un ciego. El Señor preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Y él respondió: “Señor, que yo vea otra vez”. Jesús le dijo: “Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. 

Tomando esta historia como inspiración, muchos Padres de la Iglesia dijeron que es a través del poder y presencia de Cristo que podemos ver el mundo correctamente. El problema es que fingimos no ser pecadores, y nos volvemos ciegos a nuestra propia ceguera. A menudo, el paso más importante en el desarrollo espiritual es tomar conciencia que uno está perdido. 

La Divina Comedia de Dante comienza diciendo que “A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado”. La aventura del espíritu en Dante, que lo llevará del infierno al purgatorio y al Cielo, sólo puede comenzar cuando se despierte del sueño de complacencia y soberbia, sólo cuando llegue a la dolorosa comprensión de la necesidad de la gracia. 

La irrupción de la gracia de Dios es a veces algo duro y terrible, especialmente cuando abre el caparazón defensivo de nuestra propia arrogancia.