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Amigos, el Evangelio de hoy es la parábola de los talentos. Quiero compartir la interpretación del P. Robert Schoenstene, que es lo mejor que he escuchado. Él dice que en la antigüedad, un solo talento podía representar hasta cincuenta libras de plata u oro.

Esta significancia habría traído a la mente de un lector judío de la época el significado más fuerte, el kabod de Yahvé. El kabod se encontraba en el templo, descansando sobre el propiciatorio o trono de la misericordia dentro del Lugar Santísimo. Por tanto, lo más valioso de todo era la misericordia de Dios, que habitó en infinita abundancia en el templo.

Entonces, los talentos son una participación en la misericordia de Dios, una participación en el valor del amor divino. Pero como la misericordia siempre se dirige al otro, estos “talentos” están diseñados para ser compartidos. Aumentarán precisamente en la medida en que se regalen.

Enterrados en el suelo, abrazándolos con fuerza a uno mismo, esos talentos necesariamente se desvanecen. Y es por ello que las palabras aparentemente duras del maestro sólo deben leerse como expresión de una física espiritual: la misericordia divina crecerá en tí sólo en la medida en que entregues a los demás.