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Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús comienza a predicar en Galilea con un mensaje profético que realiza la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Ha llegado el momento, un tiempo privilegiado, el kairos; ha aparecido alguien que los seres humanos han anhelado, se han esforzado y tenido esperanza de ver. En Jesús de Nazaret, lo divino y lo humano se han unido de modo salvífico, y esta reconciliación es el tan esperado reino de Dios.

Un tema persistente en las Escrituras es el deseo apasionado de liberación, un clamor del corazón hacia el Dios, de quien la gente se siente enajenada. Lo que Jesús anuncia en este primer sermón, y lo que demuestra a lo largo de Su vida y obra, es que el deseo de los antepasados, esta esperanza contra toda esperanza, esta unión íntima de Dios y la humanidad, es un hecho consumado, algo que se puede ver, y ser escuchado y tocado.