Amigos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta la parábola del propietario que contrata obreros en distintos momentos del día y luego les paga a todos lo mismo. Consideremos el hecho de que estos trabajadores nos representan y que el propietario es Dios. Desde nuestra perspectiva vemos mucha injusticia, mucha inequidad inexplicable, mucha injusticia irritante.
Pero Dios es ese Ser que sabe todo. Nuestro conocimiento es comparativamente minúsculo tanto en profundidad como en amplitud. Lo que podemos ver en el lienzo o la obra de Dios es ridículamente pequeño. Sin embargo, nos atrevemos a declarar ciertas cosas justas o injustas.
Recordemos la historia del gángster que llamó a un sacerdote mientras moría en una calle en Nueva York. El sacerdote le dijo que estaba perdonado y hubo una avalancha de protestas: ¿cómo podía ser esto justo para todos aquellos que habían sido buenos y devotos cristianos toda su vida?
Mis caminos no son tus caminos, dice el Señor. Tengamos la humildad de permitir que Dios distribuya sus gracias como lo crea conveniente. Y no preguntemos “¿por qué?” con un espíritu rebelde, sino “¿por qué?” con un espíritu de asombro y expectativa.