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Thoughts on WYD

Reflexiones sobre la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa

August 9, 2023

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He regresado recién de la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, mi cuarta experiencia en estas magníficas reuniones. He asistido a la de Madrid (2011), Cracovia (2016) y Panamá (2019), pero por muchas razones, esta fue, para mí, la más memorable.

Primero, unos comentarios generales. Creo que la Jornada Mundial de la Juventud es uno de los mayores regalos del Papa Juan Pablo II a la Iglesia Católica, su atractivo no ha disminuido luego de algo más de cuarenta años en que fue inaugurada. A pesar de que los detractores han predicho, o incluso abogado por su fin, esta reunión internacional de jóvenes Católicos muestra signos de muy buena salud. Como es costumbre, esta Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa congregó ejércitos de jóvenes prácticamente de todas las naciones de la tierra, celebrando simultáneamente sus nacionalidades y su afiliación Católica común, resolviendo sin esfuerzo las potenciales tensiones entre aquellas identidades. Y como fue siempre el caso, esta se centró en la presencia del sucesor de San Pedro, el signo visible de la unidad de la Iglesia. Aunque el Papa Francisco es, de cualquier modo, un hombre anciano, gracias a su función y a su carisma personal, acercó a los jóvenes hacia él como un magneto. En algunas estimaciones, un millón y medio de personas asistieron a la Misa de clausura. 

Tuve el privilegio de hablar en cinco ocasiones distintas en Lisboa. Mi primera intervención fue ante una gran multitud de jóvenes de Francia. Debido a que estudié mi doctorado en París y por lo tanto tengo cierta facilidad con el idioma, los obispos franceses me pidieron que me dirigiera a este grupo. Cuando llegué al lugar —un área amplia cerca del río Tajo— los niños franceses estaban bailando y cantando con una banda muy enérgica en el escenario. Luego, se entretuvieron con una presentación en video de un futbolista muy popular de Francia, que evidentemente vive su fe Católica con entusiasmo. A juzgar por su ruidosa reacción, asumo que disfrutaron que su héroe deportivo estuviera en su equipo espiritual. A continuación, salí sosteniendo fuerte mi texto preparado, un poco nervioso ya que no había hablado francés en público por casi treinta años. Pero los chicos parecieron dispuestos a soportar mi acento norteamericano. Les hablé de su maravillosa herencia espiritual, tan ricamente expresada en las grandes catedrales de Amiens, Reims, Notre Dame en París y Chartres, edificios que resonaron con tanta fuerza en mi cuando fui estudiante en su país. Y los animé a no ceder al secularismo de moda en nuestro tiempo, una ideología que ciertamente mata el espíritu.

Cuando se anuncia al verdadero Cristo, les dije, el corazón se enciende.

Mi charla siguiente tuvo lugar al día siguiente en el encantador auditorio de la Universidad de Lisboa. Invitado por el Dicasterio Vaticano para la Cultura y la Educación, me pidieron que me dirija a un grupo de maestros, profesores y administradores sobre el tema de la educación Católica. Tomando mis apuntes de San Buenaventura y San John Henry Newman, sostuve que Cristo el Logos debe situarse en el corazón del círculo de las disciplinas universitarias y hacerlo de un modo no competitivo, sin comprometer la integridad de las otras materias, sino haciéndolas más luminosas y hermosas. Me conmovió particularmente el afán y entusiasmo de los jóvenes académicos y aspirantes a maestros que me escucharon esa tarde. 

Luego, por la noche, di una extensa homilía durante la Bendición con el Santísimo que se ofreció con 12.000 jóvenes norteamericanos que se congregaron en un enorme parque en el área norte de Lisboa. El tiempo estuvo perfecto, el ánimo fue festivo pero de oración y cuando la Eucaristía fue presentada, cayó sobre la concurrencia un silencio muy conmovedor. Les hablé a los jóvenes sobre la proclamación del Cristo verdadero y no un simulacro aguado. Cuando se anuncia al verdadero Cristo, les dije, el corazón se enciende. Concluí mis observaciones esa noche con el recordatorio de que, aunque nuestra cultura está obsesionada con la seguridad, una religión que coloca habitualmente frente a nuestros ojos la imagen de un hombre clavado en una cruz ¡no es una religión que ofrece un premio elevado a la seguridad! La Iglesia no está muy interesada en mantenernos a salvo sino en prepararnos para la aventura espiritual y la aceptación de nuestra misión.

Mi cuarta presentación fue al día siguiente en una iglesia preciosa en el centro de Lisboa. Más o menos quinientos jóvenes se apretujaron en ese espacio para uno de los diálogos catequísticos oficiales. Este año, el Papa Francisco quiso que los obispos no hablaran solamente a los jóvenes sino que mantuvieran conversaciones con ellos. Mi discurso formal fue sobre la verdadera naturaleza de la libertad. Ante la presencia de una estatua de Juan Pablo II que se veía escalofriantemente realista colocada contra la pared lateral, les conté que la auténtica libertad no es hacer lo que a uno le place sino que es disciplinar el deseo para que el logro del bien sea en primer lugar posible y luego se consiga sin esfuerzo. Como ejemplos obvios, les expliqué el proceso por el cual alguien se convierte en un orador libre de una lengua extranjera o un ejecutante de piano libre o un golfista libre. En todos esos casos, la libertad es equivalente a la interiorización de las disciplinas, leyes y prácticas relevantes —y sin duda alguna no la mera libertad o licencia. Disfruté muchísimo la conversación subsiguiente que tuve con el panel de jóvenes. Nuestro tema fue las redes sociales y no me sorprendió por completo escuchar que su evaluación fuera decididamente más negativa que positiva. 

La quinta y última charla fue una sesión con un grupo grande que superaba holgadamente los mil. A pedido del Papa, esta reunión tenía que ser más contemplativa que instructiva. En consecuencia, hubo una procesión y bendición Eucarística, y luego, hablé sobre la naturaleza de la oración. Enfaticé que la oración es mejor interpretada como una conversación entre amigos, que incluye tanto el hablar como el escuchar, tanto las palabras como el silencio. Les hice la recomendación práctica de que deberían tomar como prioridad el rezar el Rosario y la Oración de Jesús y deberían realizar diariamente una Hora Santa frente al Santísimo Sacramento.

En medio de mi peregrinación, hice una visita al Santuario de Fátima, situado a una hora y media en las afueras de Lisboa. Curiosamente lo encontré uno de esos sitios radioactivos —como Lourdes, como Chartres, como Jerusalén— un punto donde el cielo y la tierra parecen unirse. Fueron para mi particularmente conmovedoras las tumbas de los dos niños pastores —Jacinta y Francisco— que están emplazadas en la basílica, no muy lejos de la pequeña arboleda donde la Madre de Dios les habló en 1917.

Admito que la semana fue un poco agotadora: muchos discursos, mucha caminata, grandes multitudes por todas partes. Pero fue a la vez estimulante, y llena de gracia.