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La Violencia Armada y la Profunda Tristeza de Nuestros Adolescentes

July 12, 2022

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Como cualquier otra persona razonable en nuestra sociedad, estoy inmensamente preocupado por el fenómeno de la violencia armada, y estoy especialmente preocupado por lo que revela respecto de la condición de nuestra juventud, particularmente los varones jóvenes. Una y otra vez, hombres disgustados, enojados, deprimidos, con odio a uno mismo, niños en verdad, son los perpetradores de estos crímenes horribles. Mientras escribo estas palabras, las imágenes de Robert E. Crimo, el muchacho de veinte años que confesó haber asesinado a siete y herido a docenas más en Highland Park, Illinois, están circulando en las redes, y su rostro se ha grabado a fuego en mi mente. Sencillamente luce muy perdido —físicamente, psicológicamente y espiritualmente.

Ahora bien, sé totalmente que Crimo es excepcional y por lo tanto no intento extrapolar a todos los jóvenes a partir de él, pero por bastante tiempo se ha apilado evidencia de que los jóvenes, especialmente los varones, están sufriendo mucho en nuestra sociedad. Para dar solo un ejemplo, el artículo de Derek Thompson en el Atlantic, de abril de este año, revela que desde 2009 a 2021, “los sentimientos de tristeza y desesperanza” entre los adolescentes norteamericanos crecieron, asombrosamente, del 26 al 44 por ciento. Y el crecimiento de la depresión fue consistente a lo largo de todas las categorías: varones, mujeres, negros, blancos, LGBTs, etc. En las palabras de Thompson, “desde 2009, la tristeza y la desesperanza se han incrementado para todas las razas; para los adolescentes hetero y homosexuales; para los adolescentes que dicen nunca haber tenido sexo y para aquellos que dicen que han tenido sexo con varones y/o con mujeres; para estudiantes de todos los años de la preparatoria; para los adolescentes de todos los 50 estados y del Distrito de Columbia”. Houston, tenemos un problema.  

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¿Qué está causando este drástico crecimiento de la infelicidad? No existe, obviamente, una única respuesta para un asunto que es multivalente y complejo, pero Thompson arriesga cuatro sugerencias: la utilización de las redes, una relativa disminución en el verdadero contacto social, el estrés del mundo al cual los medios contemporáneos le están dando a los jóvenes cada vez mayor acceso y las estrategias modernas de crianza de los hijos. Son todas interesantes y vale la pena explorarlas, pero me gustaría enfocarme en sólo una de estas explicaciones y luego ofrecer un razonamiento propio.  

Las redes sociales están volviendo a mucha gente —pero especialmente a los jóvenes varones y mujeres— locos y tristes. Punto. Es este el caso, primero, porque las redes sociales producen una obsesión con imágenes del cuerpo, la apariencia y la popularidad, y en la contracara, provocan una atmósfera excepcionalmente tóxica de juzgamiento, acusación y crítica. Destinen unos pocos minutos a los comentarios y salas de chat en YouTube, Facebook, Instagram o, Dios nos libre, Twitter y verán inmediatamente a lo que me refiero. Y lo que vuelve peor a todo esto es que los dispositivos que comunican las redes sociales fueron diseñados para ser adictivos. Como resultado, incluso aquellos que admiten que el Instagram y Facebook los están poniendo tristes, no pueden parar de conectarse.

Un problema relacionado íntimamente es que las redes sociales son tan dominantes en las vidas de los niños que suplantan efectivamente actividades que dan alegría de un modo bastante natural. El joven promedio pasa cinco o seis horas por día en las redes sociales, y como consecuencia, dice Thompson, “comparados con sus equivalentes de los años 2000, los jóvenes de hoy son menos propensos a salir con sus amigos, sacar sus licencias de conducir o practicar deportes juveniles”. Más aun, como lo ha mostrado el sociólogo Jean Twenge, existe una correlación estrecha entre el tiempo frente a los dispositivos y la depresión, y por razones obvias. Una de las barreras más seguras contra los sentimientos de tristeza es el contacto estable con otros seres humanos, pero las redes sociales excluyen eso, encerrando a los jóvenes dentro de un mundo virtual. Sé que esto es simplificarlo un poquito, pero contrapongan la imagen de un chico jugando un animado juego de beisbol con sus amigos y la de aquel chico encorvado solo frente a su iPhone.

Precisamente porque se encuentran fuera de la experiencia privada de cada uno, los valores objetivos pueden reunir a una plétora de gente en un amor y devoción comunes.

En cuanto a mi propia explicación del fenómeno de la depresión adolescente, resaltaría un tema del que no he dejado de hablar por años: la cultura de la auto invención. En la actualidad es una ortodoxia fundamental de la cultura que los valores —epistémicos, morales y estéticos— son generados dentro de la propia subjetividad. En una palabra, cada individuo determina lo que es correcto e incorrecto, bien y mal, hermoso u horrible para él. No existe la “verdad”; sólo mi verdad y tu verdad. No existe nada que sea objetivamente bello, solo lo que yo pienso que es hermoso y lo que tú piensas que es hermoso. Pero esta actitud es desastrosa tanto psicológica como espiritualmente, porque esencialmente encierra a la persona en los estrechos confines de su propio rango de experiencia. Impide que se desplace fuera del pequeño ámbito de lo que puede imagina o desear. Los mejores momentos en la vida, de hecho, son aquellos en que los valores objetivos —las verdades auténticas, los absolutos morales auténticos, la belleza auténtica— se abren camino a través del propio caparazón de la subjetividad y lo elevan a uno a la contemplación de algo nuevo, algo que maravillosamente se encuentra más allá de lo que uno jamás pensó posible. Más aún, los bienes objetivos nos conectan entre nosotros. En tanto y en cuanto estemos bajo la tiranía del relativismo subjetivista, estamos todos encerrados en la prisión de nuestras propias psiquis, tal vez tolerándonos con los otros desde la distancia, pero sin experimentar lazos auténticos. Sin embargo, precisamente porque se encuentran fuera de la experiencia privada de cada uno, los valores objetivos pueden reunir a una plétora de gente en un amor y devoción comunes. Una vez más, contrapongan ambas imágenes: la primera de un adolescente enojado, aislado insistiendo con que el mundo respete su concepción privada de la verdad, y un segundo grupo de adolescentes, entregándose juntos alegremente a un propósito común, a un bien común.

Para ocuparse de la plaga de la violencia armada en nuestro país, pienso que se requiere una legislación sensible. Pero existen muchos asuntos morales y culturales más profundos que tienen que atenderse, siendo el más notorio el de la depresión entre los jóvenes. Dos sugerencias simples: deberíamos establecer límites a la cantidad de tiempo que los adolescentes pasan frente a las redes sociales y deberíamos introducirlos, del modo en que nos sea posible, al mundo de los valores objetivos.